domingo, 6 de septiembre de 2015

Mariposa Carmesí 6

A
manda abrió los ojos y vio las estrellas relucientes en el firmamento. Estaba tumbada boca arriba en un lugar que desconocía pero le resultaba extrañamente familiar. Se incorporó y parpadeó confusa. Agachó la cabeza, solo llevaba una toga con unas sandalias. Inspeccionó el sitio, el suelo era de mármol blanco. Las columnas que se extendían hasta donde le alcanzaba la vista también estaban hechas de ese material. Miró a su alrededor, a sus lados también se extendían columnas que se perdían entre las sombras. No podía decir cuánto median, pues parecía que sujetaban el cénit. Se puso en pie, dedujo que estaba en una sala de gigantescas proporciones y que ahora se hallaba en el pasillo principal, iluminado por una luz pálida que supuso que sería la de la Luna, que también se extendía a sus espaldas. No sabía cómo había llegado allí, lo último que recordaba era haberse desplomado sobre su cama. Decidió comenzar a caminar.

Sus pasos resonaban en el frío mármol, sin embargo caminaba con total seguridad, sin esconderse como hubiera sido normal debido a las sombras que se arremolinaban en torno a ella. Algo le decía que no tenía nada de que temer en ese lugar. De vez en cuando se encontraba con más caminos iluminados, pero siempre seguía recto. Tenía la intuición de que no era el momento de desviarse de su ruta.
El camino descendía lentamente. Se empezaba a oír un fuerte ruido un poco más adelante. Como si estuvieran golpeando dos objetos metálicos grandes a intervalos regulares. El pasillo terminaba un poco más adelante, una luz naranja provenía del final. No pudo ver a donde se dirigía hasta el final, el contraste entre la oscuridad y la luz era tal que la cegó hasta que traspaso la salida.
Lo primero que pensó al ver dónde se encontraba fue que aquello era imposible. Estaba en una especie de almacén o una fábrica. No podía precisarlo. Un silencio inquietante la rodeaba, solo interrumpido por los regulares golpes. El suelo gris de cemento estaba sucio. Había algunas máquinas polvorientas y llenas de telarañas. Miró a su alrededor, las ventanas estaban tan sucias que no dejaban ver el exterior. La luz se filtraba por los cristales rotos. Amanda se estremeció cuando un rayo de sol rozó su piel. Temiendo la quemadura apartó la mano rápidamente, pero no paso nada. Con precaución, la volvió a poner en la trayectoria de la luz. Una carcajada escapó de entre sus labios. No le dolía. Hacía siglos que no podía hacer eso sin protección. Recordó la primera vez que probó el protector solar y pudo salir de nuevo de día. Siguió caminando. Ahora se empezaba a preguntar dónde estaba y por qué no se veía un alma. No lograba ubicar de donde venía el ruido. Finalmente llego al final de esa extraña sala.
Ahora salió a lo que parecía un camino rural. Delimitado completamente por frondosos árboles.
Una puerta se alzaba frente a ella, era una construcción de plata que relucía límpida al final del camino. Las barras se entrelazaban dibujando un árbol enorme. Dejaba entrever lo que guardaba detrás. Se podía ver parte de lo que parecía un jardín. Según se aproximaba, se preguntaba como la podría abrir, la respuesta la tuvo cuando ya casi podía tocar la pulida superficie. Con un suave sonido, como el de una espada saliendo de su funda, la puerta se abrió lentamente hacia el jardín.
Amanda entró en el jardín, un espacio extenso tapizado por hierba recién cortada. El olor se juntaba con el del bambú, menta, lirios, orquídeas, caléndulas, prímulas, hortensias y demás plantas y flores que crecían sueltas o en grupo. Estaba rodeado por árboles que crecían extendiendo sus ramas rodeando blanca luna llena que brillaba justo en el centro del círculo y se reflejaba en un pequeño lago en el que desembocaba con un dulce canto una cascada que se asemejaba más a cristal líquido que al agua. Aparte, en el lago flotaban unos cuantos nenúfares y flores de cerezo que caían de vez en cuando de un árbol grande situado justo detrás del puente de madera que cruzaba el lago. Un pequeño chirrido hizo que la vampiresa dejara de admirar el lugar. A la sombra del árbol, había un columpio argénteo. Una niña se sentaba en él y se movía ligeramente adelante y atrás.
Cuando Amanda la vio, sintió que el corazón se le paraba durante un instante. Un pensamiento sobre la imposibilidad de aquel encuentro le pasó por la mente, pero fue desechado por otro que alegaba que en aquel país de sueños todo era posible. Era una pequeña de no más de apenas diez años. A diferencia de Amanda, vestía un corto vestido negro de tirantes y unos zapatos también negros. El pelo castaño le caía suelto y salvaje hasta los hombros. Era muy guapa, a pesar de que su juventud no dejaba vislumbrar más que una promesa de futura belleza. Era como el capullo una flor antes que abrirse. Los ojos de Amanda se llenaron de lágrimas mientras se cubría con una mano la boca. Corrió hacia ella y la abrazó ante la consternación de la niña.
- Valeria, mi querida hermanita.- Dijo la vampiresa.- ¿Cuánto años tiempo? ¿Dónde estamos? ¿Por qué estás aquí?
- Valeria… Tenía curiosidad por qué cuerpo habría adoptado esta vez. Aunque lamento decepcionarte, no soy tú hermana.
Su tono frío aunque cordial sorprendió a la chica, que se separó de ella en aquel instante en que la niña pronunció las primeras palabras. La sujetó por los hombros. Con una sensación de absoluta decepción descubrió que decía la verdad, la Valeria que ella recordaba tenía los ojos castaños, y esa niña los tenía rojos. Cuando Amanda volvió a hablar sus palabras parecían provenir del Ártico y llevaban consigo un matiz peligroso:
- ¿Quién eres? ¿Qué has hecho con ella? ¿Dónde está?
- Sobre tu hermana sé tanto como tú. No la he tocado, ni siquiera la he visto. Andrómica.- Dijo tras una pausa.- Realmente tenía ganas de conocerte. Sin embargo, no me esperaba que fueses una vampiresa. Bueno, ya lo arreglaré. Pero por favor, sentémonos.
La niña bajo del columpio y tomó de la mano a la vampiresa. Se sentaron juntas, apoyadas en el tronco del árbol. Amanda miró a los pétalos rosas que caían ejecutando un curioso baile. Sin apartar la vista tomó la palabra:
- ¿Conocerme a mí? ¿Por qué? ¿Cómo sabes mi verdadero nombre?
- Responderé a todas tus preguntas por orden. Es normal que estés confusa, dado que es nuestro primer encuentro, y no será el último por supuesto. Veamos… Respecto al tiempo que hemos estado separadas, te diré que es la primera vez que nos vemos. Por cierto, ¿Quieres algo de beber? Vamos a estar largo tiempo hablando debido al el estado de tu cuerpo. Tardarás en recuperarte. ¿Vino tal vez? Sé que te gusta. Solo tienes que desearlo.
- No quiero nada. ¿Qué le pasa a mi cuerpo? Toque la Lanza del Rey Demonio. ¿Es por eso?- Dijo girándose.
-  Todo a su debido tiempo. Por el momento te diré que y…esto la lanza.- Se corrigió rápidamente.- No te hizo ningún daño.
- ¿Quién eres? ¿Dónde estamos?- Volvió a preguntar Amanda.
- ¿Todavía no lo has adivinado? Estamos en tu mente. Un mundo propio creado a partir de tus recuerdos y vivencias. Yo he indagado entre ellos hasta conseguir una forma con la que te resultara fácil tratar. En este caso, la de tu hermana Valeria. Aunque, por supuesto no soy ella. Digamos, para abreviar, que soy la representación física de tu subconsciente. Debido a esto, es obvio porque sé tú verdadero nombre Andrómica. Yo sé todo de ti. Pues tú y yo somos la misma persona. Responderé a todas tus preguntas porque es necesario que confiemos la una en la otra.  
- ¿Por qué querías conocerme? ¿Por qué es necesario que confiemos?
- Ambas preguntas están relacionadas. Nuestro destino está unido desde el día en que naciste, hace más o menos dos mil años, lo noté aún en mi estado de letargo. Hace muchas lunas que llevo esperando a conocerte, y por fin me has encontrado. Sentí una emoción creciente mientras te percibía acercándote a mí. Cuando por fin entablamos nuestra primera conexión, estaba eufórica.- Se notaba que estaba entusiasmada mientras hablaba.- La confianza es esencial en nuestra relación, yo confió en ti con todo mi ser pues he visto tú poder latente y tus recuerdos.
- ¿Po…Poder latente?- Balbuceó Amanda.
- Sí. Algún día, con mi ayuda. Lograremos usar toda tu fuerza. Cuando confíes en mí por completo, alcanzaremos la unión final y seremos imparables.
- A…Ahora si necesito la copa de vino.
No había acabado de decir esas palabras cuando una copa de cristal se materializó a su lado. Como una flor, creció un tallo cristalino desde el suelo que se convirtió en un capullo en la cúspide. Lenta y elegantemente se abrió reflejando los rayos de luna. Se quedo formando una corola brillante que enseguida se lleno con un líquido granate. Amanda se lo llevó a la boca. Tenía un sabor dulce y afrutado. Más parecía mosto que vino. La niña esperó pacientemente a que lo probara y luego habló:
- Igual debiera probarlo yo. ¿Tienes más preguntas?
- ¿No eres un poco…joven para tomar alcohol?
En cuanto lo dijo le sonó estúpido. Pero la pequeña se rió. A la chica se le encogió el corazón, le recordaba tanto a Valeria. Su risa era como el viento pasando entre los árboles o un canto de un pájaro. Las dos niñas, su hermana y ella se parecían mucho. Son a la vez tan iguales y tan diferentes, pensó. Cuando dejo de reír, la niña contestó:
- Tengo edad más que suficiente. Soy mucho más antigua que tú. Cómo te he dicho, este cuerpo que vez solo lo he adoptado para que te resultara cómodo hablar conmigo. De todas formas ¿No has pensado qué si tu hermana siguiera viva ahora también tendría dos mil años?
- No hables de ella.
- Sé que sigues manteniendo la esperanza. Al igual que con Rómulo. Pero también sé que eres realista y sabes que no pudieron sobrevivir al incendio y a la lucha respectivamente.
- Cállate. No hables de ellos.
- Siento tu furia porque ahora es también la mía. Pero no debes dejar que la ira te controle. Sobre todo si Sygma sabe como enfurecerte.
- ¿Cómo sabes tú eso?
- Soy tú. No tienes secretos para mí. Al igual que yo no tengo para ti. Sé porque cumpliste condena haciendo de Guardián Infernal. Por cierto.- Comenzó tapándose la sonrisa con la mano.- Me hizo mucha gracia cuando le pegaste un puñetazo a Julien en la cara el día que os conocisteis. Destrozó la roca con la espalda. Además me encanta que ahora seáis amigos.
- Tú si tienes secretos para mí. Ni siquiera sé tú nombre.
- Akasha. Puedes llamarme así. Aunque también me gusta Valeria, si te resulta más cómodo. ¿Significa Valerosa verdad? Todavía tengo secretos porque no es el momento de contártelo todo. Andrómica, debo confesarte algo. Estamos en peligro.
- ¿Por qué?
- Mis hermanos y hermanas y yo misma estamos siendo atacados. No encontramos nuevas personas que sean dignas de nosotros. Por el momento solo cogen a los que estamos solos, sin nadie que nos reclame, pero tememos que, cuando nos tenga a todos los solitarios empiece a atacar a los demás.
- Has dicho: Mis hermanos y hermanas. ¿Cuántos sois? ¿Por qué no le plantáis cara si sois tan poderosos?
- No podemos. Somos prácticamente inútiles solos. Sin nuestro elegido no podemos luchar. Nos pueden obligar, pero eso nos causa una agonía insufrible y tendemos a volvernos contra los que nos quieren esclavizar. Somos trece. Por el momento hemos sido capturados tres de nosotros. Ocho de nosotros, contándome a mí misma, hemos encontrado compañero. Eso significa que quedan…
- Dos.- Interrumpió Amanda.
- Sí. Andrómica.- Dijo Akasha muy seria.- Debes encontrar a quien nos está reuniendo y liberarnos.
- ¿Cómo?
- Estamos muy unidos. Nos podemos localizar los unos a los otros. Aunque normalmente solemos ocultar donde estamos, por nuestra seguridad y la de nuestro compañero. Por eso no nos han cazado todavía a todos. Pero el tiempo apremia Andrómica, los que no tienen compañero empiezan a desfallecer. Es posible que ya hayan encontrado a los demás. Debes darte prisa.
- Espera un momento. Has dicho que, aparte de mí, hay otros siete como tú con compañero. ¿Por qué no hacen nada?
- No hay nadie como yo, pero efectivamente, hay siete más. Pero no saben nada de lo que está sucediendo. Sin compañero somos mucho más débiles, no nos podíamos comunicar con los encontrados. Que nos hayamos reunido ha sido un golpe de suerte, ahora puedo contarles la situación.
- Lo que dices es preocupante sin duda. Sobre todo porque si, como dices, os podéis localizar entre vosotros, eso quiere decir que es uno de vosotros el que esta cazando a los demás.
- ¡Pero eso es imposible! ¡Jamás nos traicionaríamos!
- Es la única teoría posible.
- Entonces ¿Qué propones? ¿Qué no lo cuente?
Amanda negó con la cabeza y respondió:
- No. Cuéntaselo a tus hermanos. Diles la verdad.
- Comprendo.
Una ráfaga de viento sacudió la paz del jardín. Amanda sintió un tirón, como si estuviera atrapada en la resaca del mar. Esa sensación se intensificaba a cada segundo. Akasha se puso en pie y cerró los ojos un momento.
- No te preocupes.- Dijo la niña rápidamente.- Eso significa que tu cuerpo ya está arreglado. Te despertarás con mucha hambre. El tiempo se nos acaba, en breve te despertarás. Aunque esperaba que nuestro primer encuentro fuera más largo no me has decepcionado en absoluto. Al contrario, me enorgullece ser tu compañera. Me gustas un montón. Este no será nuestro último encuentro, nos volveremos a ver antes de que me eches de menos. Recuerda mis palabras y en especial las que te diré ahora: Acudiré veloz a tu llamada, estés donde estés y sin importar la distancia que nos separen. Nada logrará separarme de ti.
En otra persona, esas palabras le habrían inquietado, pero salidas de la boca de Akasha, le proporcionaban cierta extraña seguridad. Una niebla había comenzado a envolverla, el tirón se hacía más fuerte.
- ¿Cómo te llamaré?
- Creo que ya empiezas a sospechar sobre mi verdadera naturaleza, pero que tienes miedo a decirlo. A lo que eso supondría. Cuando asumas lo que eres, en lo que te has convertido al conocerme, invócame. Cuando la necesidad impere sabrás cómo hacerlo.
La niña apenas había terminado de pronunciar esas palabras cuando Amanda dejo de verla. La niebla la envolvió, como a todo lo demás en grandes jirones blancos. Y después, todo se volvió negro.
Amanda abrió los ojos, se encontraba tumbada boca abajo en su cama. Parpadeó un par de veces, confusa. Era de día, Raftiel se estaba colocando encima de la lámpara así que supuso que estaba amaneciendo. Le rugía el estómago. Se levantó y salió de su habitación, un débil rayo de sol se colaba con timidez entre las cortinas corridas. Se acercó a la nevera y la abrió. Se tomó una tras otra tres bolsas de sangre. Mientras empezaba la cuarta cogió el gato del sofá y se dirigió a la habitación de Rose. El gato maulló aburrido y se acurrucó contra Amanda, que se había quedado plantada en el umbral sorprendida. Rose no estaba en la casa.

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