domingo, 6 de septiembre de 2015

Mariposa Carmesí 3

E
l Hospital de la Pitié-Salpêtrière se alzaba imponente en el decimotercer distrito de París. Constaba de varios edificios, como una bonita capilla construida en torno al 1675 coronada con una cúpula octogonal. Justo en la plaza de la entrada del hospital, estaba erigida una estatua de bronce. Representaba a Philippe Pinel, un médico francés dedicado al estudio y tratamiento de las enfermedades mentales.
Proyectaba una tenue sombra bajo la pálida luz de la luna. Habían apagado las luces del hospital. No había ni un alma por allí. Por eso nadie vio aparecer de repente un fogonazo de luz violeta al lado de la estatua, el ruido de la explosión murió en la noche sin que nadie la oyera. Una joven pelirroja apareció en el centro de la luz. Miró alrededor extrañada. Ladeó la cabeza. Entonces otra luz violeta iluminó la oscuridad, está vez a tres metros de altura. Un chillido agudo se mezcló con el fuerte sonido. Una figura cayó de culo. Se levantó con dificultad, frotándose el trasero. La chica pelirroja corrió a atenderla.
- Helena ¿Estás bien?
La chica gimió y se estiro. Luego miró a su alrededor. Finalmente gritó:
- ¡Esto es el Pitié-Salpêtrière!
- ¿Me he equivocado de hospital?
- No.
- ¿Entonces cuál es el problema?
- ¡Que estamos justo enfrente! ¡El plan era aparecer en un callejón!
- Ah sí. Es posible…
- ¡Cualquiera nos puede haber visto!
- Pero nadie lo ha hecho.
- En fin… Entremos antes de que nadie nos vea. Vamos Amanda. ¿Amanda?
Helena miró alrededor de ella con una tensión creciente en el rostro.
- ¿Qué pasa?- Preguntó Rose.
- Rose… Amanda no está.
- Ya. ¿Y?
- Ro…Rose.- Balbuceó.- ¿Dónde está Amanda?
- No se…A veces pasa con las transportaciones. Se pierden brazos, piernas, personas…
- ¿Personas?
- Tranquila. Seguro que acabara apareciendo entera… O no.
- ¿No aparecerá o no aparecerá entera?
- Hmm… ¿Quién sabe?
- ¿No deberías saberlo tú?
- Vaya, que bonito parece este hospital.- Y luego añadió, como hablando como consigo misma.- Me pregunto si mi estatua de Alan Rickman a tamaño real quedara bien en su habitación…
Helena suspiró. Tras unos momentos de duda comenzó a andar hacia la puerta.
- Bueno, Amanda sabe cuidarse sola. Será mejor que entre y vaya buscando a Julien.
Rose asintió.
- ¿Y yo qué hago?- Preguntó.
- Tú quédate aquí. Espera a ver si aparece Amanda o intenta localizarla.
- Jo… Yo quería entrar…
- No haber perdido a tu compañera de piso.
- Jo…
La bruja se quedó sola. Se sentó al lado de la estatua. Aunque no lo pareciera, se estaba empezando a preocupar por su amiga. Normalmente las personas a las que ella tele-transportaba aparecían segundos después. Nunca tardaban más de un minuto o dos. La vampiresa se estaba retrasando mucho. A lo peor, pensaba, se ha quedado atrás. Sonrió ante la macabra y algo sádica perspectiva de los miembros de Amanda esparcidos por el camino. Un gato maulló a lo lejos. Rose se abrazó las piernas.
- Jo Amanda.- Susurró bajito.- ¿Y ahora quién me acompañara a ver a Alan Rickman?
Se sentía muy sola. Allí, abandonada. Odiaba sentirse así. Comenzó a cantar Titanium distraídamente, como si de esa manera pudiera alejar las penas. Allí, hecha una pelotita en la oscuridad, recordó el miedo. De repente volvió a ser una niña pequeña. Una niña muy pequeña de cabello de fuego huyendo por ser diferente. Una niña sola, dando tumbos de un lado a otro. Una niña que había visto cosas que una niña no debía ver. Sola agazapada bajo un árbol. Empapada por la tormenta que la había sorprendido. Llorando asustada por los truenos. Sollozando cada vez que el cielo relampagueaba. Temblaba de frío. No sabía cuánto llevaba sin comer, beber o dormir. Oyó el sonido de los caballeros, se resignó al hecho de que no podía huir. Entonces, cuando ya había perdido toda esperanza, una voz alta y potente resonó entre las encinas, manzanos y castaños. Rose de aquella no la entendía, pero notó el poder que manaba de ella. Sintió que ordenaba al bosque a alzarse, con una musicalidad entretejida con las fuerzas de la naturaleza desatándose sobre sus enemigos. Cuando la voz se apagó, una mujer apareció en frente suya envuelta en una cálida luz violeta. Recordaba cómo era a la perfección, aunque aquella vez no pudiera verlo bien antes de desmayarse. Pues esa mujer, Alicia, fue la que se convertiría en su maestra, y en gran medida, en su madre. Tenía un rostro atemporal, de piel bronceada por largas jornadas bajo el sol recogiendo hierbas para sus pociones. Sus ojos violetas de bruja relucían siempre que la miraban. El largo cabello rubio oscuro lo llevaba recogido para que no le entorpeciera. Siempre vestía una túnica verde oscuro sobre otra verde claro. Además, no solía llevar calzado.
Rose sacudió la cabeza, para apartar esos pensamientos. Se puso en pie.
- No es momento de ponerse nostálgica.- Se dijo.- Es momento de encontrar a Amanda. Pero cómo podría… ¡Ah ya sé!
Con un movimiento de mano hizo aparecer su iphone. Con una sonrisita de satisfacción buscó a Amanda en su lista de contactos.
- Psicopata desesperada… Psicopata desesperada…- Murmuró mientras pasaba el dedo.- ¡Aquí esta!
Sonriente y balanceándose adelante y atrás con sus pies llamó.
- ¡Hola!- Contestó un chico.- ¿Quién eres “Bruja Loca”?
- Yo Rose. Espera… ¿Quién eres tú? ¿Dónde está Amanda? ¿Ponme con ella?
- Esto… Amanda está conduciendo. ¡Amanda el muro!
Se oyó una discusión entre él y Amanda, luego ambos gritaron. Luego, un fuerte golpe junto con el sonido de cristales rompiéndose y luego silencio.
- Ahora está algo inconsciente.- Dijo el chico finalmente.- Bueno Rose, Amanda me habló de ti y de Helena. Id yendo a la guarida del Wendigo. Ahora vamos.
Rose abrió la boca para preguntar algo pero el chico ya había colgado. La bruja salió corriendo hacia el hospital, chocó con Helena que estaba saliendo en ese momento.
- Han secuestrado a Amanda.- Dijo al borde de las lágrimas.- Un chico malo que me ha llamado bruja loca. Hay que encontrarla. Está inconsciente.
- No lo dudo.- Contestó Helena calmada.- Pero tenemos algo más importante que hacer. El Wendigo sigue suelto y me acaban de decir que Julien no está aquí.
- ¡Ah sí! El chico dijo que fuéramos yendo. Qué ahora venían.
- Bien. Amanda es dura, no le pasará nada. Lo mejor será ir a la caza.- Decidió rápidamente Helena.
- Sniff.- Sollozó Rose.- Está bien. Pero cuando veamos al chico ese me reservo el derecho a quemarle.
Helena asintió. Acto seguido las chicas salieron del hospital. La vampiresa llamó a un taxi y le enseño a la conductora la dirección a la que tenían que ir. Le prometió el doble si llegaban en diez minutos. La mujer del taxi aceleró. De camino Helena mandó la dirección al móvil de Amanda. Pasó como una centella a través de las calles, apenas tuvieron tiempo para ver el río Sena corriendo a su derecha cuando el vehículo derrapo y se metió por un callejón angosto. Helena miró el reloj, apenas había tardado siete minutos y medio en llegar. Le pagó lo convenido y observó como el coche se alejaba y desaparecía al doblar el camino.
- Sin duda es aquí.- Señalo la vampiresa.- Huele a Wendigo.
Rose se limitó a asentir. Miró el lugar. Era una serie de almacenes puestos en fila con puerta de aluminio. Cada uno con su número escrito en negro encima. Estaban bien cuidados, al menos en la fachada. Había unos veinte, diez a cada lado. Apenas había luz, unas pequeñas bombillas que titilaban con una casi imperceptible luz naranja. El suelo era de grava, como se había percatado en el taxi antes. Enfrente se veía un pedazo del río. Negro y frío, como un manto de estrellas que corría lento y constante.
- ¿Cuál es el nuestro?- Preguntó Rose extendiendo la mano, señalando a los almacenes.
- El cinco. Pero no tenemos forma de abrirlo… Me pregunto cómo…
Una bola de fuego se estrelló contra el almacén número 5, causando una gran explosión y destrozando por completo la puerta. Helena se volvió enfadada hacia Rose.
- ¿¡Pero qué haces!?- Gritó.
- Abro la puerta.- Contestó soplándose las manos.
- ¡Pero no así!- Suspiró cansada.- Me libro de una psicópata y la bruja adopta su papel.
- Bueno si te vas a poner así la arreglo.
Recitó algo y la puerta se reparó. Parecía que nada hubiera pasado. Apenas quedaban restos de cenizas en el aire, que se desvanecieron enseguida. Helena gimió, se empezaba a sentir mal.
- ¿Pero por que lo arreglas?- Gritó.- Si ya estaba roto.
- ¿¡Pero lo rompo o no!? Helena eres muy voluble.
Los ojos de Helena se tiñeron de rojo. Mientras los colmillos le crecían sintió deseos de clavárselos en el cuello a la bruja. Amanda lo entenderá, pensó. Una nueva explosión la hizo salir de sus pensamientos. Otra vez el almacén estaba cubierto de llamas.
- ¡Otra vez!- Gritó.
- ¿¡Pero no querías que lo rompiera!? Aclárate ya.
Helena gruño. Si antes existía una ínfima posibilidad de que no supieran que estaban allí, se había desvanecido. Ahora entendía por qué le sacaba de quicio a Amanda. Rose empezó a recitar el encantamiento de reparación. La vampiresa se apresuró a taparle la boca.
- ¡Para ya de romper y arreglar la puerta!- Gritó antes de soltarla.
- Helena…- Se quejó.
La vampiresa respiró profundamente. Intentando calmarse. Una vez notó que los colmillos remitían hablo:
- Bueno, entremos. Ahora ya están advertidos de nuestra presencia.
- Si no pegaras esos gritos, seguro que no.
Me la cargó, pensó Helena. Comenzó a andar hacia las llamas. Rose las extinguió cuando se acercaron. Rose y Helena se sorprendieron al ver el interior. No había nada. Consistía en pequeño recinto delimitado por las paredes grises de cemento. El suelo parecía del mismo material.
- No hay nada…- Susurró Helena.- Mierda… Se han equivocado.
- ¡No espera!
Rose entró y se agachó. Comenzó a tantear el suelo con las manos.
- ¿Qué haces?- Preguntó Helena.
- Yo nací en el Medievo. ¿Recuerdas? Por mí condición de bruja me tuve que esconder a menudo. En muchas casas había trampillas para llegar a un sótano secreto y tal. Los años huyendo y la experiencia personal me han hecho una profesional reconociendo trampillas. Y si no me equivoco… Aquí hay una. ¡Ja! Aquí está. Ven Helena ayúdame.
Helena se agachó al lado de la bruja. Ahora se veía claramente, un cuadrado perfecto tallado en el suelo. Rose se echó a un lado y Helena movió con facilidad el bloque de cemento. Por el agujero se veía, justo en el borde, había una escalera. Rose encendió una llama violeta y la dejó caer. La luz reveló una angosta entrada, de apenas espacio para la escalera que se prolongaba durante un buen trecho.
- ¿Quién baja primero?- Preguntó Rose.
Helena dejo de chupar su dedo índice, se había roto una uña, lo justo para contestar.
- Iré yo. Confío en ti para cubrirme las espaldas.
Rose asintió. La vampiresa se preparó para bajar. Se arrepintió de no haberse cambiado de ropa. Bajar escaleras en vestido y tacones es incómodo cuanto menos, pensó. Además, si subía algo, apenas tendría tiempo para reaccionar. Logró contener un suspiro de alivio cuando notó suelo firme bajo sus pies. Ante ella se abría un pasillo oscuro. Era tan largo que no podía ver el final, pero se hundía más en las profundidades de la tierra. Rose saltó al suelo.
- Wow.- Exclamó.- Qué laaaaargo es esto.
Helena asintió. Comenzó a recorrer el pasillo, oía a Rose detrás suya. La oscuridad las envolvía. Un olor penetrante, como a putrefacto, subía del fondo y se iba haciendo más y más potente según avanzaban. Rose empezaba a sentir que las paredes se cerraban en torno a ella. La cabeza le comenzó a dar vueltas, el oxígeno comenzaba a escasear. A Helena parecía no importarle, aunque tenía la nariz arrugada. Decidió hacer un hechizo para refrescar el ambiente en torno a ella. Murmuró unas palabras y el aire en torno a ella se volvió violeta, aunque con la oscuridad no se notaba. Tomó una gran bocanada y enseguida se sintió mejor.
El corredor se fue ensanchando como un embudo hasta que desemboco en una caverna. Rose no se pudo resistir, alzó un brazo y encendió una llama morada que iluminó apenas la estancia. Un escalofrío recorrió la espalda de Helena, la luz revelaba un espectáculo realmente pavoroso, las paredes y las columnas que se extendían hasta el fondo de la sala estaban completamente recubiertas de esqueletos humanos. Tenían los brazos abiertos hacía el cielo, como si quisieran extenderse y volar hacia el cielo, otros sobresalían como intentando escapar de la prisión terrestre. Un silencio inquietante caía como un velo pesado. Comenzaron a andar, el ruido de las pisadas causaba un eco que resonaba y se amplificaba multiplicado, como si en vez de pasar dos chicas fuera un ejército el que cruzara. Eso a Helena no dejaba de resultarle alarmante, pues todavía no se habían encontrado a nadie. Lo cuál era lógico por una parte, pues los Wendigos eran criaturas solitarias. Pero también curioso por otra pues si, como habían supuesto contaba con ayuda, no era normal que estuviera solo.
Rose captó un movimiento justo en el límite de su visión. La primera vez se dijo que eran imaginaciones suyas, causadas por la tensión del momento. La segunda se dijo que debía ser por autosugestión. Pero todas las películas e historias de terror que había visto acudían ahora a su mente. Sabía por propia experiencia que la mayoría de los monstruos y seres sobrenaturales de las películas y leyendas humanas existían de verdad. Ella los había visto. La tercera vez, vio que algo se movía detrás de la columna que acababan de pasar, esta vez acompañado por un ruido similar a un crujido pero que le puso los pelos de punta. Se giró de repente, causando que Helena diera un respingo e ilumino la zona. Nada, solo huesos. Las calaveras exhibían una macabra sonrisa bajo la titilante llama violeta.
- ¿Qué pasa?
La voz de Helena se elevó interrogante, tal vez un tono más agudo de lo normal. El eco se la devolvió aumentada. Rose negó con la cabeza, intentaba aparentar tranquilidad, pero estaba casi tan pálida como su compañera. Al cabo de unos instantes susurró, con la mirada aún fija en la columna.
- No nada… Me pareció ver algo moverse. Habrá sido un efecto de la luz.
Helena asintió. Rose tenía los nervios a flor de piel, odiaba la oscuridad siempre la había odiado. Siguieron andando, lentamente, sin dejar de mirar por donde pisaban. Ahora Rose oía el viento pasar entre  las columnas, chillar al entrar y salir de los esqueletos. Se asemejaban a gritos y quejidos. Sin embargo, un escalofrío le recorrió la espalda al darse cuenta de que no corría ni la más leve brisa. El aire era denso, pesado e inmóvil.
- ¿Oyes eso?- Preguntó la chica, con un leve deje de terror en la voz.
- ¿El qué?
- Los gemidos.
- Pues no… No sé a qué te refieres.
Siguieron andando sin pausa. Los sonidos se iban intensificando lenta pero constantemente. Rose ya no sabía cuánto tiempo llevaban caminado, pero el final no parecía acercarse. Al cabo de un rato Rose se detuvo, Helena dio tres pasos más antes de percatarse de que la bruja había parado. Se giró y preguntó:
- ¿Qué pasa?
- La… puerta…- Jadeó. Hasta ese momento no se había percatado de lo cansada que estaba.- No nos acercamos.
Helena volvió a mirar al frente y contestó:
- Es cierto…- Pareció dudar unos segundos antes de decir.- Pero no hay más remedio que continuar.
Rose asintió. Continuaron caminando, el que antes era un paso cauteloso, intentando causar el mínimo silencio posible, se fue transformando gradualmente en un paso cada vez más rápido. Las voces, que ahora se distinguían claramente, ahora resonaban por toda la sala. Helena fue la primera que empezó a correr, ella veía en la oscuridad, podía vislumbrar el fin de la sala, solo tenía que llegar hasta ella. Rose la siguió enseguida, el temor a quedarse sola allí era superior a la prudencia. Pero Helena, al ser una vampiresa podía correr mucho más rápido que Rose. La bruja, que apreciaba que la distancia entre ambas se acrecentaba más y más, sentía que la desesperación comenzaba a hacer mella en su ánimo. Las sombras crecieron en torno a la mujer de pelo negro según aumentaba la distancia entre ellas. De repente, Rose ya no pudo ver más a su compañera. Decidió que ya no podía más. Las voces ahora gritaban a su alrededor. A una sacudida de su mano, un cetro apareció. Era una vara larga, que medía un poco más que ella, parecía una rama enredada en otra de un tono más claro. En su cúspide, relucía una gran Amatista engarzada en un nudo. Se dio media vuelta y se encaró a las sombras.
- ¡Ya basta!
Pero sus palabras apenas se oyeron. Su voz se elevó hasta transformarse en un grito que inundó todo el lugar. A la vez que hablaba unas leguas de fuego violeta salían de su báculo y corrían en círculos alrededor de ella. Se estaban condensando a su alrededor.
- ¡Ya basta! Yo soy Rose Susurro de Fuego. Bruja del Bosque de los Sollozos. Superviviente de la Gran Hoguera. Última de las Brujas del Aquelarre del Crepúsculo. Conocedora de las Artes Milenarias. Heredera de La Reina Alicia Hoja de Viento. Yo portó El Báculo Sagrado de Las Brujas. Yo ostento la Corona Tres Veces Quemada. Seas lo que seas no puedes dañarme, pues yo…
En este momento bajó el volumen hasta transformarlo en un susurro. Que sin embargo se oyó a la perfección.
- Soy La Reina Púrpura.
Al acabar de hablar, las flamas se extendieron  a su alrededor. Cómo una explosión morada. Helena apenas pudo tirarse al suelo a tiempo. Se cubrió la cabeza con los brazos. Sintió el abrasador hechizo pasando por encima de ella. Atacando a las criaturas y exiliando a las sombras. Cuando el fuego hubo remitido, alzó la cabeza. Rose estaba de pie, a sus ojos se veía poderosa, con un halo de luz violeta a su alrededor. El pelo le caía, largo e indómito por la espalda. El brazo izquierdo en su costado y el derecho extendido, sujetando la vara. Era una visión sobrecogedora ver a la Reina de las Brujas haciendo gala de parte de su poder.
Ahora la sala estaba iluminada al completo por restos de llamas que flotaban de un lado a otro. Desde el suelo, Helena pudo ver qué era lo que las atormentaba. Los esqueletos habían salido de sus tumbas y se tambaleaban de un lado a otro. Ante Rose se alzaba uno, pero ese era algo diferente. Se cubría con un manto negro, viejo y raído, que se cerraba al lado izquierdo. Parecía el jefe. Helena se maldijo en silencio. Esqueletos Airados. ¡Pues claro!, pensó. El esqueleto habló, su voz era cavernosa y áspera, como si proviniera de las puertas del infierno.
- Yo soy Itain-Ko-Roth, jefe de los Condenados. ¿Quiénes sois? Tú que osas llamarte Reina de las Brujas y la mujer que viaja contigo. Podemos notar que es una vampiresa. No es usual ver a dos razas tan diferentes como las vuestras juntas, al menos no lo era en nuestra época.
- Mi nombre es Rose Scott y ella es Helena Martínez. ¿Por qué nos habéis atacado?
- Desde hace unas semanas, criaturas malignas han bajado a las profundidades e irrumpido en nuestra necrópolis. Nosotros estábamos en El Otro Mundo cuando bajaron. Imaginad nuestra sorpresa cuando regresamos y nos encontramos todo esto. Al principio no nos importaba, pero ayer… Fue la gota que colmo el vaso. ¡Un Wendigo!- Exclamó.- Un Wendigo profanando nuestra tumba. Entonces nos decidimos a actuar. Hemos aguantado todas las idas y venidas esperando el momento oportuno para cazarlos. Ahora están todos un poco más adelante. Jamás saldrán de aquí.- Rió a carcajadas.- Pensamos que erais secuaces que se habían rezagado un poco. Pero jamás nos hubiéramos imaginado que se presentarían aquí una vampiresa y la mismísima Reina Púrpura. ¿Qué hacéis aquí?
- Estamos cazando al Wendigo.-Respondió Helena.
La vampiresa se había puesto en pie y se sacudía el polvo. Sus ojos azules ,gélidos y pálidos como el hielo, miraban al esqueleto. Estaba molesta por la poca atención que le prestaban.
- La única entrada es por ahí.- Itain señaló con una mano huesuda hacia el fondo de la caverna.- Sin embargo, como he dicho, está lleno de enemigos. Os matarán antes de poder siquiera llegar a ver al Wendigo.
- Pero si es la única forma.- Replicó Helena.- Habrá que intentarlo.
El esqueleto comenzó a reír. Era una carcajada grave que resonaba como un terremoto. Pasado unos segundos volvió a hablar.
- Nadie ha dicho que fuera la única forma, los jóvenes sois muy impacientes. Nosotros conocemos estos túneles como la palma de nuestra mano. Hay caminos secretos que ellos de los cuales ellos no están enterados. Os guiaremos por ellos con una condición.
- ¿Cuál?
- Dejarnos cobrar nuestra venganza. Acabad con el Wendigo. Los demás… No pasarán de aquí.
- Acepto.- Helena sonrió.
Itain habló con un momento en su idioma e hizo llamar a dos sirvientes. Acudieron presurosos. Después se volvió a dirigir a las chicas.
- Crain y Rithrein os guiarán.
El esqueleto alzó una mano hacia su derecha y pronunció unas palabras en su lengua a las que se le unieron todos sus congéneres. De repente, la pared a la que se dirigía se resquebrajo. La grieta se fue haciendo más grande hasta que se transformó en una apertura lo suficiente grande para que las chicas entraran. Helena la miró recelosa. Itain noto su preocupación.
- Entrad sin temor. Si os quisiéramos matar ya lo habríamos hecho.
Las jóvenes se acercaron hacia la gruta. Rose se giró, había guardado el báculo y volvía a parecer una chica normal. Las palabras que dijo a continuación fueron recibidas con gritos de admiración:
- Itain-Ko-Roth, vuestro pueblo y usted mismo contáis con nuestro agradecimiento. Espero volver a verle a usted o a cualquiera de vosotros alguna otra vez. Será un gran honor para mí poder luchar a vuestro lado en esta contienda.
- El honor es nuestro.- Respondió el esqueleto.- La mera presencia de uno de Los Reyes nos llena de orgullo.
Ya estaba entrando en la grieta cuando se volvió a girar y exclamó:
- ¡Se me olvidaba! Hay una compañera nuestra que todavía no ha llegado. Sería genial que la dejarais pasar. Su nombre es Amanda Burton.
- Sin problema. Marchad tranquilas.- Se despidió.
Rose y Helena siguieron a los esqueletos. El pasadizo era amplio en algunos puntos y en otros se estrechaba hasta tal punto que apenas podían pasar de lado. Con el techo ocurría lo mismo, tan pronto no veían el techo como tenían que arrastrarse por el suelo. A veces notaban que estaban subiendo y otras bajando. De vez en cuando llegaban a bifurcaciones, pero sus guías no dudaron en ningún momento cual era el camino a seguir. Lo cruzaban con lentitud, Helena y Rose tanteando el terreno o avanzando con dificultad, los esqueletos se paraban a esperarlas cada vez que se alejaban un poco. No se oía nada, salvo a los esqueletos intercambiando palabras muy de vez en cuando en su propio idioma. A Rose le pareció oír el aullido de un lobo pero enseguida pensó que era imaginaciones suyas. Es una tontería, pensó. ¿Y qué podría hacer un lobo allí abajo? Se preguntó. Finalmente, después de una penosa travesía, aparecieron en una encrucijada más grande que las anteriores. Era un una especie de círculo del que partían varios caminos. Los esqueletos se pararon allí.
- ¿Qué sucede?- Preguntó Helena.
- Hemos llegado.- Respondió uno de los esqueletos.
- ¿No nos acompañáis más?
- No. Este es el final.
Helena gruño fastidiada. Finalmente preguntó:
- ¿Qué camino tomamos?
Los esqueletos se miraron entre ello y señalaron hacia arriba. Helena y Rose echaron la cabeza hacia atrás. Uno de ellos tanteó un momento la pared, extrajo una escalera de madera de ella. Estaba disimulada entre la tierra. La apoyó en el borde de la trampilla. A duras penas se podía ver unas marcas que señalaban una salida.
- Los caminos que veis son, en su mayoría, señuelos que conducen al principio o cruzan con otros caminos. La salida está justo arriba.- Explicó colocando la escalera.
- Bueno, este es el adiós.
- Sí. ¡Ah! Se me olvidaba.
 Uno de los esqueletos se adelantó y se acercó a Helena. Extrajo de entre sus costillas una revista y un bolígrafo del brazo izquierdo. Los extendió ante Helena.
- Soy un gran fan de “Mariposa Carmesí” y no he podido dejar pasar la oportunidad de intentar conseguir su autógrafo. Me haría el esqueleto más feliz si me firmara la revista.
Helena asintió y ,con delicadeza, tomó la gaceta que le ofrecía. Era uno de los pocos números en los que Helena aparecía en la portada. Con una sonrisa dibujada en la cara preguntó:
- ¿Para quién es el autógrafo?
- Para Crain con c de calavera.
Helena garabateo su firma y le escribió una dedicatoria. Luego se lo entregó.
- Muchísimas gracias. Si pudiera llorar de la emoción, tenga por seguro que lo haría.
Acabadas las despedidas. Los dos esqueletos se dieron la vuelta y desaparecieron por donde habían venido. Rose rió:
- ¿Así que un autógrafo? Vaya, encuentras fans allá por donde vayas.
- Por raro que te parezca, suele pasar.
- ¿En serio?
- Sí. Desde que empezamos a distribuirla al Otro Mundo las ventas se multiplicaron. Aunque de todas formas no salgo de casa por eso. Me suelen acosar a autógrafos.
Rose ladeó la cabeza pensativa. Qué dura es la vida de Helena, siempre acosada por los fans, pensó. Volvió a oír un aullido de lobo a lo lejos.
- Habrá que subir ¿No?- Preguntó la bruja.
- Supongo. ¿Vas tu primero?
- ¡Sí! Yo primer yo primer.- Canturreó Rose.- ¡Eh! ¡Espera un momento! ¿Y si hay alguien?
- Bueno supongo que la gran bruja Rose Susurro de Fuego podrá hacerse cargo de ellos.
- Hmm vale. Pero hay algo en tu lógica que me falla.
Con estas palabras comenzó a subir lentamente. No le inspiraba mucha confianza, pues parecía muy vieja. A pesar de su apariencia endeble, se conservaba en perfecto estado. Rose llego al final, con dificultad para conservar el equilibrio apoyó las manos en el techo. Empujó.
- ¿Cómo vas?- Preguntó Helena.
- Es muy pesado. No sé si podré con esto.
- ¿Necesitas ayuda?
- No. Ya está.
Rose movió la tapa y la apartó. Siguió subiendo y desapareció en el agujero. Helena subió detrás. Se sentó al lado de Rose, que estaba agazapada tras una caja. La bruja le indico que estuviera en silencio. Estaban tras una caja grande de madera. Helena levantó la cabeza un segundo, pero fue suficiente para que pudiera ver la escena. Era una sala rectangular, con unos cuantos guardias rondando. La vampiresa no tuvo tiempo para ver las razas ni para contarlos pero juraría que lo menos había al menos un centenar de personas ahí metidas. Torció el gesto. Menos mal que por aquí no había gente, pensó.
Entonces enmudecieron todos. Helena volvió a asomar la cabeza y se metió en la mente del humanoide más cercano. Un hombre muy alto de tez grisácea acababa de entrar. Lo reconoció, era Kalabrik. Portaba una especie de lanza negra. Vestía un traje negro muy elegante. El pelo negro peinado hacía un lado. Sus ojos azabaches brillaban con malicia. Sonreía mostrando todos los dientes filosos. En realidad, solo le diferenciaba el pelo de la foto proporcionada.
- Así que vosotros sois de lo peor de las calles de París y del Otro Mundo.
Su voz era horrible ronca y áspera, como si hubiera estado fumando y bebiendo hasta gastar sus cuerdas vocales.
- Bienvenidos escoria.- Continuó.- Si estáis aquí es porque estáis dispuestos a aceptar el Nuevo Orden hasta el punto de luchar por él. De morir por él. Pero tranquilos, bajo las órdenes de él tendremos éxito. Cómo muestra de buena fe hacia los bajos fondos va a liberar a todos nuestros hermanos del Tártaro. Pero yo he sido el primero para organizar nuestra venida.
- ¿Y cómo sabemos que lo que quiere no es pillarnos a todos?- Preguntó un hombre azul.- Se rumorea que ejerce una posición elevada.
- ¡Porque me ha dado esto!
Al decir esto alzó la lanza entre vítores y el clamor del público. Una algarabía de gritos entremezclados. La voz de Kalabrik se alzó entre las demás:
- ¡Es la Lanza del Rey Demonio! ¡La Reliquia tanto tiempo pérdida!
La bulla continuó creciendo hasta que finalmente se apagó. Entonces el hombre azul volvió a hablar.
- ¿Y cómo sabemos que es la auténtica?
Como respuesta, el Wendigo se lanzó sobre él. Helena jamás había visto un Wendigo moverse a esa velocidad. Le clavó la lanza. La sangre brilló un momento antes de ser absorbida por el arma. El líquido también salpico el suelo y a algunas personas.
- ¿Alguien más duda de su autenticidad? Ahora… Debo retirarme un rato…¡Salid y causad el caos!
Gritó Kalabrik mientras agitaba la lanza. Después se retiró por una gran puerta. Los seres del Otro Mundo apenas esperaron a que se fuera para lanzarse al cadáver del que antes fuera su compañero ante el horror de los humanos presentes. Helena apenas pudo retirarse de la mente antes de que llegara al cuerpo. Jadeó cansada. Las dos chicas esperaron un rato, oyendo los horripilantes ruidos de las criaturas peleándose por la carne. Cuando todo finalizó, escucharon como salían corriendo de la sala. Rose asomó la cabeza.
- Quedan diez guardias.- Murmuró.- ¿Esperamos a Amanda o entramos?
Helena se giró junto con Rose, mirando a los guardias que iban de un lado para otro. Continuó unos minutos en silencio y luego susurró:
- No podemos esperar más a Amanda. Supongo que podría intentar distraerlos y luego tú…
Una ráfaga de viento pasó junto a ellas interrumpiendo la frase de Helena. Una mancha borrosa saltó sobre la caja y luego se abalanzó sobre los guardas con tanto ímpetu que la caja se tambaleó antes de que Helena la empujara hacia delante. Los humanoides empezaron a caer uno tras otro sin que las chicas pudieran ver más que una mancha saltando de un lado a otro. Pero había otros que se derrumbaban envueltos en sangre sin razón aparente. Tras unos segundos de pelea, solo había cuerpos en el suelo. Una chica de pelo rosa se alzaba con el brazo izquierdo cubierto con un hálito de vapor, miraba a un chico alto y musculoso.
- ¡Te volví a ganar!- Dijo el chico.
- ¿Bromeas? Me he cargado a mis cinco tíos en la mitad de tiempo que tú con un solo brazo. Sigues siendo un lento.
- ¿Pero qué dices? Julien Gonzalen no incluye la palabra “Perder” en su vocabulario.
- Deja de hablar en tercera persona. Es patético. Pero si te sientes mejor creyendo que has ganado te lo concedo.
- ¿Ves como siempre tengo razón?
Amanda suspiró. Entonces pareció recordar algo y se giró hacia las dos chicas escondidas. Una sonrisa de psicópata comenzaba a dibujarse en su cara. Cuando habló, lo hizo en un tono amenazadoramente dulce:
- Rose.- Empezó alargando mucho la o.- ¿Recuerdas lo que te dije que pasaría si algo salía mal en el conjuro?



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