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Se
giró para ver la procedencia de la voz. Era Gonzalo, su vecino, que la miraba a
través de la puerta de la valla blanca de madera. Un chico rubio de dulces ojos
azules, humano. Solo vestía unas bermudas verdes. La luz de las antorchas
falsas se veía reflejada en sus bronceados y marcados músculos. Estaba
empapado, parecía que acababa de sumergirse en la piscina. Helena no sabía
exactamente a que se dedicaba, no se relacionaba mucho con los vecinos. O con
él vecino mejor dicho. Su casa estaba a unos 100 metros de distancia de la
suya. Ella recordaba que le había comentado en la última barbacoa comunitaria,
comunidad que ocupaba 10 kilómetros a la redonda, que era médico o algo así.
Helena asintió.
-
¿No es un poco tarde para ver pelis?- Preguntó Gonzalo.
-
¿No es un poco tarde para dar un paseo solo?
-
No estoy solo. He venido a pasear a Chile.- Se agachó y se levantó mostrando a
Helena un dogo argentino. Lo volvió a dejar en el suelo.- Y a ver si alguna
chica guapa se querría dar un baño conmigo. ¿Qué te parece? ¿Dejas esto y te
vienes?
Helena
maldijo su mala suerte. En cualquier otro momento hubiera aceptado y disfrutado
de una noche tórrida. Pero por culpa del Wendigo se tenía que quedar. Se
prometió meterle una buena patada en salva sea la parte del wendigo y se forzó
a sonreír. Se acercó hasta la puerta.
-
Verás, en cualquier otro momento me encantaría. Pero han llegado dos amigas
mías de visita y han venido de muy lejos y no puedo hacerles el feo. Además.-
Bajó la voz hasta convertirla en el susurro. Se acercó a él tanto que sus
labios casi rozaban su oreja- Para lo que quiero hacerte necesito… Intimidad.
Dicho
esto se volvió a alejar. Sonrió.
-Pueden
venir si quieren.- Dijo el chico con un hilillo de voz.-¿De dónde son?- Quiso
saber.
-
Pues una es de Roma y la otra es española pero viene de Estados Unidos.
-
Uh… Una italiana. Nunca me he tirado a una italiana.- Comentó.
-
¿Quién no se ha tirado nunca a una italiana?
Amanda
cerró la puerta corredera de cristal a sus espaldas. Llevaba una camiseta
grande de manga corta y unos pantalones
cortos de chándal. Todo de negro. El pelo corto y despeinado le crecía en todas
las direcciones. Seguía descalza. Sujetaba un minibrick de zumo de piña. Sus
grandes ojos castaños examinaban fríamente a Gonzalo.
-
Hola guapa.- Saludó Gonzalo.- Soy Gonzalo, el amable vecino de Helena.
-
Amanda.- Respondió.- Supongo que yo soy la amiga italiana.
-
Pues podrías ser tú la afortunada primera italiana en compartir cama conmigo.
-
Mucho ego veo por aquí.
Intervino
Helena, previendo un asesinato, pero Amanda se limitó a sonreír y a contestar,
aunque a Helena no se le escapó que tenía los puños fuertemente cerrados.
-
Mira chaval, mi padre solía decir “La inteligencia impera sobre el músculo”
entre otras muchas cosas. No creo que tú pudieras llegar a mi nivel. Además
eres muy joven para mí.-Se giró a Helena.- Me voy a buscar al pequeño Sammy. Ya
tarda, a lo peor se ha enredado en lo cables. Otra vez.- Añadió.
-
Adelante.
Apenas
Amanda hubo entrado en la casa, Rose apareció tarareando una canción mientras
caminaba. También se había cambiado de ropa. Llevaba una camiseta rosa de
tirantes ajustada y una falda de volantes blanca. El pelo rojo recogido en una
coleta. Se acercó a los dos vecinos.
-
¡Hola! Soy Rose.- Se presentó.- Tú debes de ser Gonzalo, el mítico vecino del
que Helena no para de hablar. Aunque…- Dijo como hablando consigo misma.- Se
quedó corta describiendo tus abdominales.
Si
Helena hubiera podido sonrojarse, ahora hubiera estado como un tomate.
-
Sí. Soy Gonzalo.- Dijo el chico sonriendo.- Así que la fría Helena habla de mí.
¿Eh?
- Rose…- Susurró Helena.
-
Sí. Un montón.- Helena fulminó a Rose con la mirada. La chica no pareció
inmutarse.- Pero Helena no quiere que te lo digam…¡Oh! ¡Pero mira lo que
tenemos aquí!- Se interrumpió Rose.
La
chica abrió la valla sonriendo. Se agachó junto al perro.
-
¡Cuidado!- Gritó Gonzalo.- ¡Es peligro…
Calló
al ver como Rose acariciaba a Chile. Ella sonreía encantada, pero el perro
parecía aterrorizado. Emitía de vez en cuando gemidos lastimeros. Rose rió.
-
Que perro más bueno. ¿Eres un perrito bueno verdad?
-
No lo entiendo.- Gonzalo sacudió la cabeza.- Normalmente es muy agresivo con la
gente que no conoce. Cualquier persona se hubiera llevado un buen mordisco.
-
Es que Rose no es cualquier persona.- Y aclaró al ver la mirada interrogante de
Gonzalo.- Siempre ha tenido muy buena mano con los animales. Es raro que sea
atacada por algún perro.
-
Será eso… Bueno, me voy a casa. Entonces… ¿Quedamos otro día?
-
Vale.- Contestó Helena.
-
Te llamaré.
-
O si no… sabes donde vivo.- Dijo Helena guiñando un ojo.
Una
vez Gonzalo estuvo lejos Rose se giró y comentó:
-
Es mono. A ver… No llega al nivel de Alan Rickman pero…
-
Helena no la dejes empezar a hablar de Alan Rickman o no saldremos de aquí
nunca.
Amanda
había regresado, tenía colgado del cuello unos cables naranjas. Helena
aprovechó y se escabulló disimuladamente a tomar asiento. Amanda se quitó el
cable y lo dejó encima de una mesa cerca de la pared.
-
Ahora entiendo por qué Samuel suele acabar enredado ahí atrás.- Comentó.- No es
normal el lío de cables que tienes ahí. No sé ni cómo he salido yo.
-
Ya lo arreglaré.- Respondió Helena.- ¿Cómo va?
-
Dice que nos vayamos sentando.
Dicho
esto tomo asiento tres sitios a la derecha de Helena. Rose prácticamente se
tiró a la silla que quedaba justo en el medio. Se sentó con las piernas
cruzadas al estilo indio. Volvió a tararear una canción distraídamente mientras
creaba llamitas violetas. Jugaba a hacerlas flotar alrededor de ella. Le daban
un aspecto bastante fantasmagórico. Helena tenía las piernas cruzadas con
elegancia y miraba algo en el móvil. Amanda tenía la espalda muy recta y una
expresión relajada en el rostro. Los ojos castaños cerrados.
El
proyector se encendió con un pitido. Las tres chicas miraron la pared recién
iluminada. Samuel apareció de dentro de la casa y le entregó la tablet a
Helena.
-
Bien Samuel. Puedes irte a dormir.
El
chico no se movió del sitio.
-
¿Qué te pasa?- Preguntó Helena con fastidio.
-
Yo…esto… He ojeado el informe y…
-
¡Venga hombre! ¡Arráncate!
-
Yo… solo te quería pedir que tuvieras cuidado. No quiero que te pase nada malo.
Dicho
esto se dio media vuelta y entró en la casa a paso rápido. Helena bajo la vista
hacia la tablet. Entonces noto un movimiento por el rabillo del ojo. Giró la
cabeza para ver a Amanda y a Rose. Ambas contenían una sonrisita.
-
Samuel y tú…- Empezó titubeante la bruja.
-
¡Samuel y yo nada!- Gritó Helena. Luego se calmó y siguió.-Y ahora a ver que
tenía el pen drive.
Helena
movió el dedo por encima de la superficie de la tablet. Frunció el entrecejo
con fastidio. Primero destrozan la pared del salón, pensaba, y luego insinúan
que entre Samuel y yo hay algo. Es simplemente nos conocemos desde hace mucho. Abrió
el archivo.
Una
foto apareció en la pared. Era un hombre de tez cenicienta. Con mechones
dispersos de sucio pelo negro saliendo de su cabeza. Tenía los ojos
completamente negros, como los de un tiburón. Relucían con maldad. Sonreía,
pero no era una sonrisa cálida en absoluto. Era una mueca grotesca que dejaba
ver todos sus dientes filosos de los que rezumaba un líquido verde que se
mezclaba un poco más abajo con lo que parecía sangre reseca que recorría desde
el labio inferior hasta el cuello. En general era una imagen de pesadilla, con
cierto toque de repulsión. Amanda se sintió algo mareada durante un instante.
Se revolvió inquieta en su asiento.
-
Amanda ¿Lo reconoces?- Preguntó Helena, malinterpretando su gesto. Mientras
seguía pasando las imágenes y datos relevantes.
-
Ni idea.
-
Kalabrik.- Leyó Helena.- Criminal peligroso… Asesino… Lo de siempre vamos…
-
¿Y a mí no me preguntas si lo conozco?- Intervino Rose.
-
¿Lo conoces?- Preguntó Helena abriendo mucho los ojos.
-
Hmm no.
Helena
agachó la cabeza mientras Amanda se golpeó la cabeza con la mano abierta. Sus
expresiones reflejaban la exasperación que sentían.
-
No espera… Sí que lo conozco.- Rose rió.
Amanda
y Helena se giraron hacia ella con cara de sorpresa. Las dos chicas estaban
estupefactas. Rose seguía riendo.
-
Lo cacé hace diez años. Daba mucho mucho miedo. Más que Amanda cuando no come.
-
¡Eh!- Se quejó Amanda.
-
Olía fatal.- Continuó Rose sin prestarle atención.- Tardé en quitarme ese olor
un día entero en la ducha. Lo pillé fácilmente con una jaula atrapa-wendigos de
creación casera. ¿No pensaréis que querrá vengarse de mí no?
-
No.- Contesto Amanda, y añadió con cierto tono sarcástico.- ¿Qué te hace pensar
eso?
-
Ah guay. Menos mal que me ha perdonado. ¿Qué tipo más majo no? Esto… Recuerdo
que era muy malo. ¡Más que Amanda!
-
Entonces debe ser terrible.- Dijo Helena asintiendo.
-
¿¡Eh!?- Volvió a exclamar Amanda.- ¡Qué estoy aquí!
-
Por lo demás… Fue llegar, hacer un par de hechizos, extender la jaula y
llevármelo. No fue difícil.
-
No sé… - Dudó Helena.-Por lo que pone aquí, para ser un wendigo es muy fuerte.
-
Es que es un wendigo de clase alta.- Replicó Rose.- Con inteligencia superior a
la media, que siendo wendigos no suele ser muy alta. Si fuera un wendigo normal
no nos necesitarían.
Pasaron
el resto de los fotogramas lentamente, con las únicas voces de Rose y Helena
hablando entre ellas. Intentando sacar toda la posible información útil sobre
Kalabrik. No había pistas sobre cómo se fugó, parecía que se hubiera
desvanecido. Rose emitió un silbido de admiración al ver la recompensa.
Entretanto, la noche seguía avanzando, lenta y con un aroma dulce proveniente
de las flores que Helena dejaba crecer en el jardín. Finalmente acabaron el
informe, con una larga lista de asesinatos y mutilaciones en su haber.
-
Estaba pensando…- Empezó Amanda saliendo de su repentino silencio, que duraba
desde que se quejó.- Se necesita un artefacto especial para abrir portales como
los que abro yo para moverme rápidamente por el globo. Me parece extraño que el
wendigo escapara aquí sin que nadie lo notara.
-
Pero tú vas por la frontera entre los dos mundos. No vas al Otro Mundo.
-
Lo sé, para eso necesito otro tipo de objeto. Pero hay portales fijos para
viajar. Lo que quiero decir es que debió usar uno de esos a la fuerza, porque
los que poseen esos artefactos son miembros del Concilio de la Muerte.
Una
ráfaga de aire helado, algo verdaderamente inusual en verano, sacudió el jardín
cuando Amanda pronunció ese nombre. Helena se estremeció levemente pero a Rose
y a ella no pareció importarle.
-
Esos portales están vigilados por ambos lados.- Continuó la chica de pelo
corto.- Normalmente en grupos de diez. Cinco por cada lado. La norma es impedir
el paso de alguien sin autorización. Aún que eso conlleve la muerte. Y según la
hora de la fuga y la del paso a la tierra la guardia estaría doblada y estarían
advertidos de su llegada.
-
Amanda no tengo toda la noche para oírte divagar.- Interrumpió Helena.- ¿Puedes
ir al grano?
-
Lo que quiero decir.- Siguió Amanda.- Es que ese ser debe ser muy poderoso para
poder matar a veinte Guardias Infernales sin problemas.
-
Diez.- Corrigió Rose.- Según esto solo había diez guardias.
-
Eso, eso no es posible.- Balbuceó Amanda.- No podía haber solo diez guardias.
-
Pues los había. Y mira esto, en el fotograma 33.
Helena
lo puso. En esta imagen se veía un mapa esquematizado de los alrededores de la
prisión. Abarcaba un vasto espacio alrededor de ella. Inclusive se veía
Tartaro, la ciudad más cercana a la prisión del mismo nombre. En el mapa de la
ciudad se veían varios puntos rojos. Brillaban como pequeñas estrellas en el papel.
Simbolizaban los portales.
-
Si tú te hubieras fugado del talego y tuvieras un mogollón de tipos grandes
detrás con ganas de hacerte pupa. ¿Qué portal hubieras escogido para huir?-
Preguntó Rose.
-
El más cercano.- Respondió Amanda al momento.
-
Bien, pues Kalabrik, según esto.- Helena miró un momento a la tablet.- No solo
no cogió el más cercano. Sino que fue a por el único que tenía solo diez
guardianes. Tenía ayuda de fuera.- Concluyó Helena.
Amanda
y Rose asintieron lentamente, conformes. Helena apagó el proyector, ahora, solo
las antorchas iluminaban la escena. Se quedaron unos minutos en silencio,
inmersas cada una en sus pensamientos. Helena meditaba sobre los nuevos diseños
que se presentarían en el desfile de moda, Amanda evocaba un tiempo lejano y
Rose…bueno Rose intentaba recordar un hechizo para parar el empapelado mágico
de su habitación, que consistía en fotos de Alan Rickman que se movían y de vez
en cuando hablaban, el cual había comenzado a extenderse por la casa y, más
concretamente, peligrosamente cerca de la habitación de Amanda. Rose tenía
miedo de que la vampiresa se diera cuenta y cumpliera su amenaza de pintarles
bigotes y demás tonterías. De repente, Helena se puso en pie con tanto impetú
que sobresaltó a las dos chicas.
-
Bueno, yo me voy a dormir. Me dijeron que ya me llamarían cuando localizaran al
Wendigo. Buenas noches.
En
cuanto acabó esta frase se giró y entró en su casa. Amanda se incorporó. Se
estiró bostezando.
-
Yo también me voy a la cama.
-
Pues yo me voy a conocer mejor al vecino de Helena.- Dijo Rose sonriendo con picardía.
-
Tú te vas también a la cama si no quieres que Helena te maté. En cuestiones de
chicos, Helena es muy celosa.
-
Pensé que todos los vampiros eráis muy celosos.
Amanda
giró la cabeza, tenía una mirada extraña en sus ojos castaños. Reflejaban una
tristeza insondable. Bajo la titilante luz naranja, parecía que los años
retrocedían hasta que volvió a ser la romana de hace dos mil años. Finalmente
respondió, en un susurro, como hablando consigo misma:
-
¿Celos? Eso equivaldría a tener sentimientos, y mi corazón murió en el coliseo.
Alzó
la vista, como percatándose de donde estaba. Se pasó la mano por el pelo,
revolviéndolo, mientras cerraba los ojos. Cuando los abrió, el efecto de las luces
había pasado, volvía a ser la Amanda de
siempre.
-
Haz, haz lo que quieras.- Balbuceó. Parecía desconcertada.- Yo me subo.
Desapareció
tras la puerta. Rose permaneció unos minutos más sentada. Cavilando sobre lo
que acababa de ver. Amanda acaba de demostrar... ¿Sentimientos?, pensó. Se
preguntaba qué habría pasado en el coliseo. Se encogió de hombros y se levantó.
Dio un par de pasos en dirección a la valla antes de sacudir la cabeza y darse
media vuelta.
La
noche pasó sin más percances. El día amaneció despejado. Se veía venir un día
con temperaturas infernales. Samuel despertó a Helena alrededor de las doce, la
chica gruño y se revolvió. Samuel dio un salto atrás, asustado. Ya conocía el
humor de su jefa al levantarse. Cuando Helena se volvió a quedar quieta,
Samuel, sin moverse del sitio, elevó la voz:
-
¡Señorita Martínez despierte!
-
Te dije que no me despertarás hasta las doce.- Replicó Helena medio dormida.
-
Son… Las doce.
Helena
saltó de la cama. Samuel corrió a refugiarse detrás de la puerta. La chica
lanzó un peluche con forma de vaca a la puerta con tanta fuerza que se combó.
-
¿Por qué no me has despertado antes?- Gritó enfadada.- ¿¡Y si han llamado!?
-
No ha llamado nadie.- Contestó Samuel desde detrás de la puerta.
Helena
oyó a Samuel bajar apresuradamente las escaleras. Respiró profundamente para
calmarse. Después se vistió para trabajar. Un vestido corto y sin mangas negro
y blanco. Con un cinturón negro con adornos dorados. Se calzó unos tacones
blancos y se peinó.
Al
caminar por el pasillo, no se le escapó el detalle de que las habitaciones de
Amanda y Rose estaban vacías. Se preguntó donde estarían. Fue al comedor, una
sala alargada en la que solo había una gran mesa rodeada por muchas sillas. Una
de las paredes estaba repleta de ventanas que daban al exterior. En la otra,
estanterías con la vajilla y cuadros antiguos. En el centro de la mesa había un
cuenco con fruta fresca. Helena cogió una manzana, le iba a dar un mordisco
cuando vio que tenía una notita pegada con celo. Reconoció la letra redondeada
de Rose en ella.
-
¿Cómo sabría que iba a coger una manzana?- Se dijo.
Dejó
la manzana apoyada en la mesa y tomó una naranja. También tenía una notita. La
devolvió y tomo un pomelo con creciente curiosidad. Como las anteriores, tenía
un pedazo de papel pegado. Miró una por una las demás frutas y el resultado la
dejó estupefacta. Todas las frutas tenían pegadas notas. Ahora es seguro que
Rose escribió esto, concluyó. Desenvolvió el papel de su manzana y lo leyó:
Buenos días Helena, yo he dormido
bien.¿Y tú? Amanda ha insistido en
dejarte un mensaje. Ella quería pintarte la cara pero yo la convencí de que era mejor dejar notitas en tooodas
las frutas. Me ha costado un montón. Nos
hemos ido a casa, cuando me levanté Amanda estaba viendo las noticias en busca de alguna pista. Le dije que tenía
que dar de comer a mis animales como excusa para irnos. Pero en realidad es que
mis fotos de Alan Rickman se están extendiendo por el piso. ¿Tú no le dirás
nada no? Bueno, esa es la historia. Besitos de bruja. :D
Helena
suspiró. Solo Rose se podía expresar de esa forma. Se alegraba de que hubiera
convencido a Amanda sobre lo de pintarle la cara. Se comió la manzana y llamó a
Samuel para que la llevara a trabajar. No tenía ganas de conducir.
El
sol continuó su camino por el cielo, y cuando finalmente se escondía en el
horizonte, Helena contemplaba la sombra alargada de su casa proyectada a lo
largo del jardín mientras regaba distraídamente los claveles rojos. Entonces
apareció Samuel, llevaba el teléfono fijo en la mano y parecía apresurado. Se
paró frente a la joven.
-
Una llamada del Otro Mundo.- Le extendió el teléfono.
Helena
se lo cambió por la manguera y acercó el aparato a la oreja. La chica empezó a
caminar en dirección a la casa.
-
Simpático el chico que tienes.- Era la voz del hombre de la noche anterior.-
Enterado de tu procedencia.
-
Yo nací en España.
-
Me refiero a que sabe del Otro Mundo.
-
Tranquilo, es de fiar.
Helena
entró y cerró la puerta tras de sí. Fue hasta el salón, que estaba sumergido en
la penumbra y se sentó enfrente al televisor apagado.
-
Oiga… Entiendo que quiera tener comida fresca de vez en cuando.- Dijo el
hombre.- Pero sabrá que retener a un humano para chuparle la sangre va contra
nuestras leyes.
-
¡Samuel es mi asistente!-Se escandalizó Helena.- ¡No le chupo la sangre!
-
Mejor, porque me vería obligado a detenerla.
-
¿Bueno me ha llamado para hablar de mí asistente?
-
No, por supuesto que no.- Contestó el hombre.- Hemos encontrado a Kalabrik.
-
Perfecto. ¿Dónde está?
-
En un lugar llamado… Francia.
-
Francia es grande. Concrete más.
-
París.
-
¿En la capital? Esa ciudad está llena de gente, además sigue siendo muy grande.
-
Por eso deben encontrar al Wendigo cuanto antes. Creemos que está en un almacén
a las orillas del Sena. Le enviaremos la dirección inmediatamente a su móvil.
-
Está bien.
-
¡Ah! Tienen un contacto allí. Uno de los guardianes sobrevivió. Está ingresado
en el hospital. Esto… Hospital de la Pitié-Salpêtrière. Le enviaremos también
las señas de identidad.
-
Bien iremos a por él ¿Eso es todo?
-
No. No pueden usar uno de los artefactos para viajar entre los dos mundos.
Creemos que tiene vigiladas las perturbaciones cerca de él. Si se entera de que
hemos enviado a alguien es posible que huya y no hay garantías de volverle a
encontrar.
-
Contamos con una bruja. Podemos llegar usando sus poderes. Nos puede
transportar.
-
Eso valdrá. Les deseo suerte.- Añadió tras una pausa.
-
Gracias.
El
hombre colgó. Helena tomó el teléfono de nuevo y marcó un número.
-¡Samuel!-
Gritó Helena mientras sonaban los pitidos.- ¿Dónde está mi móvil?
El
chico vino al instante.
-
Lo tiene justo enfrente señorita Martínez. En la mesita.
-
¡Ah sí!
Samuel
se volvió a marchar.
-
¡Hola Helena!- La voz de Rose sonó al otro lado de la línea.- La verdad es que
justo ahora te íbamos a llamar.
-
¿Y eso?
-
No sé. Amanda lleva todo el día tirada en el sofá viendo la televisión junto al
gato. Pasando de un canal de noticias a otro. Solo ha abandonado el sofá para
ir al baño, e incluso entonces pusó la radio. De repente, se ha incorporado y
ha adoptado esa extraña pose que tiene cuando presta atención a la tele.
Sentada bien y con la espalda muy recta. Cuando le pregunté qué pasaba me dijo
que te llamará. Helena, tengo miedo. Amanda tenía los ojos rojos, como cuando
se enfada ¿Crees que se habrá dado cuenta de que las fotos de Alan Rickman han
colonizado el pasillo?
Helena
oyó una voz airada de fondo que decía: ¿Qué fotos de Alan Rickman?
-
¡Ups!- Exclamó Rose.- Me pillo. Pero ya no puede quejarse, las he contenido.
Bueno, gracias por interesarte en mi problema. Eres una gran amiga.¡Adiós!
-
¡No espera!
-
¿Qué pasa?
-
¿Por qué queríais llamarme?
-
¡Ah! No sé… Como te he dicho Amanda hoy está muy rara. Me está pidiendo el
teléfono. Te la paso.
Helena
esperó hasta que el teléfono dejo de moverse.
-
Hola.- Saludo.- ¿Qué querías?
-
El Wendigo está en París.
-
¿Cómo lo sabes?- Preguntó sorprendida.- A mí me acaban de llamar.
-
Pon el canal 24h.
Helena
encendió la televisión y pasó los canales hasta dar con el deseado. La
presentadora informaba sobre la desaparición de dos chicas en la capital
francesa. Sacaron las fotos de las jóvenes. Una rubia de ojos verdes y la otra
castaña de ojos azules.
-
¿Por una desaparición?- Preguntó Helena.
-
No. Eso solo ha confirmado mi sospecha. A mi me interesaba más otra noticia…
¡Mira! ¡La están repitiendo!
En
la pantalla ahora salía la foto de un chico. Era apuesto, el pelo castaño
cortado a cepillo. Sus ojos, también del color del chocolate con ligeros toques
ambarinos, eran alegres. Tenía una sonrisa amplia, que sacaba a relucir sus
dientes blancos. En general, parecía simpático. Helena lo reconoció al
instante. Era un famoso jugador de fútbol alemán. Las revistas de cotilleos no
paraban de hablar de él, ni tampoco la prensa deportiva. Inclusive salía en su
propia revista, posando para una campaña.
-
¡Es Julien Gonzalen!- Exclamó.
-
¿Ahora se llama así?- Preguntó Amanda.
-
¿Lo conoces?
Amanda
callo unos minutos antes de contestar. Ahora la presentadora contaba que le
había sucedido al chico. Parecía que se había vuelto inmerso en una pelea y la
cosa había acabado mal. Salió una imagen en directo del Hospital de la
Pitié-Salpêtrière. Un periodista hablaba del estado del chico y de los fans
congregados en el hospital, enviándole muestras de afecto. Una idea pasó como
un relámpago por la mente de Helena, cogió su móvil y miro quién era su
contacto. Cuando la noticia acabó, Amanda contestó:
-
Hace unos tres siglos, cuando cumplía condena de guardiana, coincidí con él en
un portal de lo que ahora es Alemania.
-
¿Cumpliste condena de guardiana?
-
Sí, algún día te hablaré de eso. Supongo que estaría de turno en el portal.
-
Supones bien. Es nuestro contacto en París.
-
Me alegro de que este vivo. ¿Cuándo salimos?
-
En cuanto vengáis.
-
Danos tres minutos.
Amanda
colgó. Helena esperó pacientemente. Tras tres minutos exactos una luz roja
iluminó el salón. Rose entró en el salón seguida de Amanda. La joven pelirroja
llevaba una bonita blusa de tirantes rosa palo y una faldita de volantes negra.
La vampiresa vestía una camiseta negra con letras rojas que decían: “I know
that you are looking me. Maybe you wanna die?” y unos pantalones vaqueros
cortos. Pero lo que más destacaba de ella era su pelo, que se había vuelto de
color rosa.
-
¡Hola!- Saludó Rose. Amanda simplemente alzó una mano.- ¿Dónde está?
- En Francia, París. Bonito color de pelo
Amanda.- Dijo apenas conteniendo la risa.
-
¡Pues yo no voy!- Replicó la bruja.
-
¿¡Cómo que no vas!?
-
¡Esa gente come caracoles! ¡Ni Amanda es capaz de eso!
-
¡Eh!- Se quejó la chica.
-
Pues tienes que venir.- Ordenó Helena.
-
No.
-
Sí.
Helena
se cruzó de brazos y bufó. Odiaba que no le hicieran caso. Se giró hacía Amanda
y preguntó:
-
¿Puedes convencerla?
-
No quería llegar a esto. Rose.- Llamó con una voz extrañamente dulce.
-
Dime.
-
¿Sabes eso que quieres hacer y nunca te dejo?
-
¿Hacer arder a todo el edificio? ¿Puedo hacerlo?
-
¡No! Otra cosa.
-
¿Hacer arder a toda la ciudad?
-
¡No!- Amanda suspiró.- ¿A quién le pides siempre ayuda para espiar a cierto
famoso?
Rose
contuvo un grito. Se tapó la boca con las manos y negó con la cabeza.
-
No…- Susurró.
-
Sí. Si vienes a París… Te acompañaré a aco…ver- Se corrigió.- A Alan Rickman.
-
¿Lo prometes?- Dijo Rose titubeando.
-
Lo prometo.
La
chica pelirroja ladeó la cabeza pensativa. Luego exclamó:
-
¡Oui! Iré a Francia.
-
Perfecto.- Dijo Amanda.- Abriré un portal enseguida.
-
Respecto a eso…- Comenzó Helena.- No podemos ir así.
-
¿Y cómo vamos a…
La
voz de Amanda se apagó en medio de la frase al leer la mente de Helena y darse
cuenta de sus intenciones. Se levantó bruscamente y comenzó a andar de un lado
a otro mientras negaba con la cabeza y agitaba los brazos.
-
No, no, no y mil veces no.- Gritaba.- Ni se te pase por la cabeza.
-
Es la única forma.- Replicó Helena.
-
Me puedo transformar en murciélago… ¡O coger un avión!
-
¿Por qué esta Amanda tan ate…- Empezó a preguntar Rose antes de darse cuenta y
sonreír maliciosamente.- Vaya, vaya… Mira quién necesita mis encantamientos de
tele-transportación.
-
Amanda… son cien mil euros de recompensa.- Intercedió Helena.
-
Está bien.- Gruño Amanda, y se giró a Rose.- Pero como algo salga mal, aunque
sea aparecer un milímetro a la derecha de la posición… Te descuartizo.
Helena
suspiró aliviada. Acto seguido llamó a Samuel para que hiciera los preparativos.
La Luna asomaba cuando las chicas se reunieron en el jardín. Amanda se veía
claramente nerviosa. Cambiaba el peso de una pierna a otra. Miró a Helena que
se hallaba a su lado y parecía que tenía un tic en el brazo. Después contempló
la melena roja de Rose. La joven bruja habló:
-
¡Bien! Nos tele-transportaré, apareceremos en un callejón cerca del hospital. Aunque
la última vez que realice este encantamiento con gente deje uno de los brazos
del otro atrás.
-
¿¡Qué!?- Gritó Amanda, su tez tenía una palidez mortecina. Se notaba incluso a
través del autobronceador.
-
¡Pero no pasa nada!- Exclamó Rose riendo.- Sujetadlos y ya está.
-
Olvida el dinero yo me que…
El
resto de palabras de Amanda se perdieron en una cálida brisa de verano. Rose recitó rápidamente el sortilegio y una luz
violeta las envolvió. Segundos más tarde, no quedaban restos de la presencia de
las chicas.
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