domingo, 6 de septiembre de 2015

Mariposa Carmesí 1

U
nos minutos pasaban de la medianoche cuando la puerta del ascensor se abrió con un leve pitido, el cuál resonó como amplificado en el aparcamiento vacío. Una mujer alta salió de su interior. Y no cualquier mujer, se trataba de Helena Martínez. Helena Martínez, solamente nombrarla hacia temblar a cualquiera de su empresa y a bastantes personas fuera de ella. Y no sin motivo, Helena era una de las mujeres más poderosas de España y de más peso en el panorama internacional. Era la directora de una de las populares y eminentes revistas de moda. Su éxito era tal que “Mariposa Carmesí”, era traducida a más idiomas de los que podrías reconocer y a países que ni siquiera sabrías que existían. En resumen, nadie en el mundo de la moda hacía nada sin que Helena lo supiera.
    Helena era esbelta y de formas refinadas. Su pelo negro y liso que le caía sobre los hombros contrastaba con la palidez de su rostro. Sus finas facciones parecían esculpidas en mármol. Sus ojos, pequeños y de un tono indescriptible de azul claros como el hielo, contrastaban con la juventud de su rostro. No parecía tener más de veinticinco años pero mirarla durante largo tiempo a los ojos era comparable a hundirse en un profundo mar. Reflejaban conocimientos y experiencias mayores a lo que cabría suponer en una persona de su edad. De hecho, Helena era muy inteligente y versada en negocios entre otras cosas. En su currículum estaban alrededor de tres carreras universitarias y unos cinco idiomas.
Salió del ascensor con el entrecejo fruncido, como era su costumbre. En realidad solía dar tanto miedo que nadie se cruzaba en su camino. Echó una ojeada al aparcamiento, el cual estaba desierto. Ya solo quedaba su coche. Hoy había traído su Lamborghini Aventator rojo, que destacaba reluciente bajo la fría luz de las lámparas luminiscentes. Sus tacones resonaron mientras recorría el pasillo de peatones hacia su deportivo. Era curiosa su forma de caminar, decidida y elegante, como si el mundo fuera suyo y grácil como una pluma.
Aquel día vestía una blusa blanca, cubierta por una chaqueta negra parecida a la de los trajes. Además, llevaba una falda de tubo también negra con el corte justo por encima de la rodilla. Completaba su atuendo, impecable como siempre, con unos zapatos de tacón negro. Sujetaba en la mano derecha un maletín plateado y un bolso de piel sintética de cocodrilo.
Maldijo mentalmente a Samuel, su ayudante personal. Él era el encargado de llevarla a casa o a cualquier sitio que a ella se le antojara.
>>Este chico es de lo que no hay, se dijo, mira que dormirse en medio del papeleo. Sin embargo, por una vez no es culpa suya. Qué raro. Aunque no puedo negarle que llevamos trabajando a marchas forzadas por culpa del desfile de moda. Es normal que finalmente haya caído. Pero me sorprende que no me haya enviado a nadie. Cada día es más descuidado. Sin embargo, sonrió, por fin he dejado todo preparado para cubrir el acontecimiento. Hoy por fin podré dormir mis doce horitas necesarias para mantenerme. <<
Eran tales sus pensamientos que no vio como una sombra salía detrás de la columna que acababa de pasar. Tampoco pareció darse cuenta de que comenzaba a seguirla. Parecía un hombre grande, de alrededor de 1’80 m. de estatura. Un pasamontañas negro le cubría la cabeza. Por lo demás vestía completamente del mismo color. Parecía armado. “Un armario empotrado” Como lo hubiera definido si se hubiera girado. A pesar de su tamaño, no hacía ningún ruido mientras la acechaba a distancia.
Helena se paró en la puerta de su coche. Se inclinó para dejar el maletín en el suelo y abrió su bolso. Comenzó a rebuscar en él, buscando las llaves de su coche. El hombre se acercó hasta situarse a sus espaldas mientras extraía un cuchillo de su manga izquierda. La hoja refulgía con un brillo letal mientras lo alzaba para asestar el golpe mortal.
En ese momento Helena se giró golpeándole con el bolso en la cara. El sonido de las cosas cayendo al suelo resonó como mil tintineos de campanitas mientras se fundía con la exclamación de sorpresa y dolor del hombre.
-          Más te vale que mi bolso este bien.- Dijo depositando el objeto en el suelo.
Un gruñido fue la única respuesta que obtuvo. Con un rápido movimiento, tanto que resulto sobrenatural, le arrebató el cuchillo y lo inmovilizó contra el suelo. Era increíble ver como Helena, una mujer frágil a simple vista, sujetaba con facilidad a un hombre el doble de grande que ella contra el duro asfalto. Los ojos de la mujer se habían teñido de rojo.
-          ¿Quién eres? ¿Para quién trabajas? – Preguntó, en su boca se entrevieron unos afilados colmillos.
-          Vete a la mierda.- Escupió.
Aún sujeto contra el suelo, se convulsiono unos instantes y después se quedo completamente quieto. Había muerto. Helena se levantó. El iris de sus ojos había vuelto a su tono azul normal. Metió la mano en su bolsillo derecho de su chaqueta y sacó el móvil. Marcó un número y espero unos segundos mientras comunicaba:
-          Un idiota ha intentado matarme.- Dijo.- ¡Claro que estoy bien idiota! ¿Él? Esta muerto por supuesto. Pero no he sido yo. Envía a alguien para limpiar esto. ¡Ah! Y dile a Little Black Cat que me llame. Sí. Ya sé que esta de misión. Sí. Ya sé que odia que la interrumpan cuando está ocupada. ¡Tú llámala!
Sacudió la cabeza mientras colgaba. Después metió la mano en el bolsillo izquierdo. Extrajo de él las llaves de su coche.
-          ¡Oh! ¡Mira son mis llaves! Aunque a ti ya no te importa… No claro, por supuesto que no.
Con agilidad saltó por encima del cadáver y se metió en su coche. Dejó el móvil en su soporte. Sonó al instante. La voz de Little Black Cat la saludó. Parecía algo irritada.
-          ¿Qué te pasa ahora? Estoy en medio de una misión. ¿Acaso no te informaron?
               ************************************************
Muy lejos de allí, en un sucio y asqueroso sótano, se llevaba a cabo una partida de cartas. Aunque, esto era solo lo que veía. Había seis hombres alrededor de la mesa llena de fichas. Sus caras eran conocidas para cualquier persona que tuviera un ordenador, televisión o hubiera visto un periódico reciente. Se habían fugado de una prisión cercana, todos ladrones con algún asesinato en su cuenta. Los noticieros no se cansaban de poner su foto entre sus páginas o en las pantallas para alertar a la población. Ahora estaban planeando como salir del país para que la policía les perdiera la pista. Parecía ser que tenían un contacto para cruzar la frontera, estaban esperando a que viniera con los pasaportes falsos.
El que parecía el jefe era un hombretón gigante, de estatura cercana a los dos metros. Una gran cicatriz le cruzaba la cara. Él era el más peligroso de todos, un asesino en serie al que no le temblaban las manos al apretar el gatillo o cuando sujetaba un cuchillo.
En su regazo había una jovencita de no más de 25 años. Se la habían encontrado en un sucio bar del pueblo y la habían traído con ellos. No destacaba entre las demás chicas. Rubia y de ojos azules, de piel blanca como la leche. Solo llevaba un corto y escotado vestido negro. No parecía importarle que los hombres que la rodeaban fueran asesinos. Reía y aplaudía cada vez que el hombre en el cuál se sentaba ganaba una mano.
Sin embargo, la realidad era muy diferente. No había nadie en el regazo del hombre. La mujer estaba sentada en un taburete apoyada en la pared. Tenía las manos encima de su bolso, apoyado en sus piernas cruzadas. Su rostro, por lo habitual tranquilo e inexpresivo, estaba ahora contraído en una mueca de asco absoluto mientras contemplaba la escena. Por su expresión, cualquiera hubiera dicho que observaba una bola de babosas en medio del vertedero. Ella, obviamente, no era percibida por los hombres. De hecho, no veían ni el taburete. Llevaba controlando sus mentes desde que se conocieron. Ellos solo veían una ilusión creada por ella. Debido a su condición, aquello era bastante fácil para ella. Ahora se estaba entreteniendo explorando sus mentes en busca de algo interesante. Información útil para ella, la empresa a la que representaba o para los hombres que la habían contratado. Pero lo que averiguaba, solo la repugnaba más e incrementaban sus ganas de descuartizarlos.
Unos pitidos la hicieron dar un respingo. Por un momento, estuvo a punto de deshacer la ilusión. Abrió el pequeño bolso y de él extrajo el móvil prepago que le había proporcionado “La Sombra de la Mariposa” para la misión. Era un mensaje: Llama a Mariposa Carmesí. Gruñó. ¿Qué querrá la jefa ahora?, se dijo, sabe que odio que me interrumpan. Marcó el número proporcionado:
¿Qué te pasa ahora? Estoy en medio de una misión. ¿Acaso no te informaron?
- Han intentado matarme. Me metí en su mente antes de que se muriera. Pero no me dio tiempo a sacar nada.
- ¿Te lo cargaste?
- Una pastilla de cianuro según el laboratorio.
- Que mal… ¿Han podido averiguar algo más?
- Que no es humano… Completamente.
- Comprendo. ¿Un ser del Otro Mundo entonces?
- Sí.
La mujer rubia calló durante unos instantes antes de preguntar:
- ¿Qué quieres que haga? No me has llamado para comentármelo. ¿Me equivoco?
- No. Vuelve a España lo más rápido que puedas. Temo que un ser del Otro Mundo haya entrado aquí. ¿Has notado algo raro en tu misión?
- No, aparte de lo estúpidos que son estos tipos. Sin embargo, aunque abra un portal, tardaré alrededor de dos horas en volver. Y eso si salgo ahora.
- Amanda.- Helena odiaba que la contrariaran.- Ven ya. Es una orden.
- Sí jefa. Acabo con esto y salgo.
- ¡No! Sal ah…
Amanda colgó el teléfono sin dejarla acabar. Sabía que eso enfurecería a Helena, pero no le importaba. Ella era casi dos mil años más antigua que Helena. Suspiró y miro al techo lleno de manchas de humedad y telarañas un minuto antes de levantarse. Con un rápido movimiento, se colocó junto a la puerta. Hizo que la Amanda de la ilusión se levantara y con una sonrisa tonta pintada en la cara se dirigiera hacia ella. Dejo que se acercara hasta que ambas mujeres se superpusieron y se fundieron hasta formar una sola mujer y romper la ilusión. Subió las escaleras y salió al exterior.
Una ráfaga de gélido viento la recibió acompañada de unos copos grandes de nieve. Un ser humano corriente apenas hubiera podido vislumbrar el edificio de enfrente, solo iluminadas las calles como estaban bajo la tenue luz de la Luna. Amanda en cambio, podía ver con claridad. El mundo que ella veía de noche era el mismo pero con un tono grisáceo. Como estuviera en el interior de una película antigua. Aunque a ella no le importaba, adoraba ese mundo. Ahora se encontraba muy al norte. A pesar de que había dejado de sentir frío hacía mucho tiempo, lamentó no haber cogido una chaqueta. Aunque fuera para guardar las apariencias. Una mujer en minivestido negro sí que destacaba. Sentía un vacío en el estómago. Llevaba sin comer tres días, lo que había tardado en encontrarles y el gasto de energía empleado en registrarles la mente se notaba. Sacudió la cabeza como para alejar el hambre. “Ya beberé algo de sangre en Madrid” Pensó.
Apenas había dado un par de pasos bajo la fría luz de la luna llena preguntándose donde estaría su contacto para atrapar a los hombres cuando oyó una voz a sus espaldas.
- Hey preciosa. ¿A dónde crees que vas?
Amanda sonrió. Era el tipo de la cicatriz.
- Salía a tomar un poco el aire. El ambiente dentro estaba… cargado. Pero aquí hace algo de frío.- Rió.
- Sí.- El hombre se acercó a ella. Apenas unos centímetros los separaban. Amanda contuvo a duras penas la expresión de asco al olerle el aliento a alcohol barato y a tabaco.- ¿Qué te parece si vamos tú y yo detrás del edificio y… nos calentamos un poco?
Amanda contuvo las nauseas que le daban simplemente el hecho de imaginar a ese hombre tocándola y exclamó sin perder la sonrisa:
- ¡Genial!
Comenzaron a rodear el edificio. A Amanda el mero contacto de la mano del hombre en su cintura la quemaba. No le hacía falta leerle la mente para saber sus deseos, sin embargo, lo hizo, por precaución. Su propia experiencia personal le había hecho ser precavida. Le pareció increíble que no notara su odio hacia él.
Llegaron al callejón, cuyo fin no se veía. Al menos por el hombre, Amanda podía ver con claridad las paredes que lo rodeaban y el grupo de diez hombres que estaban escondidos esperándola. Su sonrisa se hizo más ancha. Había encontrado a su contacto. Y se había traído a la policía con él. Poco le duró. El hombre la empujó contra la pared, aprisionándola entre su cuerpo y el muro.
- E… Esto tengo un poco de hambre.- Fue lo único que se le ocurrió decir.
- Tranquila, yo tengo algo aquí para que comas.
¿Y esto les parece sexy a los hombres?” Pensó. El hombre abrió la boca mientras se inclinaba hacía ella. Amanda no contuvo el horror que le causaba que ese hombre la besara. Entonces una voz se oyó en la oscuridad:
- ¡Alto! ¡Policía!
El hombre de la cicatriz se separó al instante. “Tan finos como siempre” Fue lo único que acertó a pensar mientras el criminal la sujetaba delante suya y apoyaba un cuchillo en su garganta.
- ¡Atrás!- Gritó.- ¡Atrás o me la cargo!
Amanda bufó. Los gritos alertarían al resto de la banda. Lo mejor sería acabar con eso cuanto antes. Además, se había cansado de aquel juego.
- Oye inútil.- Le espetó. El hombre la miró estupefacto.- Ahora mismo tienes dos opciones: La primera, suéltame y pasa el resto de tu miserable y penosa vida en un agujero húmedo y oscuro que en el que tu apestoso hedor pasará desapercibido o la segunda, resístete y ten una muerte horrible. No por ellos.- Señalo con la cabeza hacia la oscuridad enfrente de ellos.- Sino por mí.
- ¿¡Pero qué!? – Gritó el hombre.
Si hubiera podido ver a través de las lentillas de color habría visto como los ojos de Amanda, realmente castaños, ahora eran escarlatas. Ahora estaba realmente enfadada.
- Oye imbécil, no tengo ni ganas ni humor para tus tonterías. Llevo tres días sin comer y me vuelvo un poco irritable si tengo hambre. Así que entrégate para que me pueda ir a comer algo.
- Mira zorrita voy a huir de aquí y te voy a llevar conmigo. Y acabaré contigo. Pero antes, me divertiré conti…
Calló de repente, al mirar a Amanda. La mujer sonreía. Por primera vez desde que se conocían no era una sonrisa fingida. Su boca entreabierta dejaba ver unos colmillos blancos y brillantes como la plata a la luz de la luna. Demasiado desarrollados y afilados como para pertenecer a un ser humano.
Esa fue la última imagen que vio antes de que la vampiro le quitara con facilidad el brazo de encima y se pusiera a su espalda. Abrió la boca y clavó los colmillos en su cuello. El horrible ruido de succión que emitía mientras le chupaba la sangre apenas duró un minuto antes de que Amanda se levantara. El cuerpo, ya seco cayó a la nieve mientras Amanda se limpiaba la boca con el dorso de la mano. El cadáver solo presentaba dos pequeños agujeros en la yugular.
Se irguió justo para ver como unos hombres armados se acercaban a ella lentamente, parecían asustados. Un hombre con traje salió del grupo.
- ¿Little Black Cat supongo ?- Preguntó.
- Solo Black Cat.- Dijo. Y leyéndole la mente respondió a la pregunta que iba a efectuarte.-  El resto del grupo está en el sótano. Daos prisa o escaparán.
- Gracias.- Dijo sorprendido.- Ahora iremos a por ellos. Su trabajo ha sido impecable. Ya nos habían informado que era usted una profesional. Pero no nos habían informado que era usted una…
- Vampiresa. Y tranquilo, no recordarán nada de mí.
Con estas palabras se despidió de ellos mientras entraba en sus mentes y les borraba la memoria. Salió del callejón dejando a unos muy desconcertados policías. Al bajar por la calle oyó a lo lejos disparos y gritos provenientes del sótano. Tiró la peluca y las lentillas en un contenedor cualquiera. Se metió por otra callejuela oscura. Solo había un gato negro encima de un cubo de basura. Amanda lo acarició, el animal ronroneó como si la conociera de siempre.
La vampiresa alzó el brazo, desnudo salvo por una gran pulsera negra que se iluminó con unas runas rojas dibujadas en ella. Justo enfrente de ella, el aire pareció condensarse y, finalmente, romperse. Se abrió, como un ojo, un círculo granate. Emitía una luz rojiza.
- Gato.- Se giró hacia el animal.- ¿Vienes o no?

Con un maullido se levantó y cruzó el portal. Amanda lo siguió.
                                 * * * * * * * * * * * * * * * * * * *
Helena aparcó delante de su casa. Estaba visiblemente enfadada. Lo suficiente para no aparcar en el garaje. Pero no lo suficiente como para precipitarse en sus actos. No cerró el coche con un portazo porque no quería romperlo.
>>Estúpida Amanda, se decía,  mira que atreverse a colgarme… ¡A mí! Debería despedirla. De hecho debería haberla despedido hará años por sus constantes faltas de respeto hacia mi persona. Lo único que la salva es que es de las pocas personas que trabajan de verdad en esta empresa. Pero le voy a echar una buena bronca en cuanto la vea…>>
Abrió la puerta y se quedo parada un instante en el porche. Había notado la presencia de un alma más en la casa. Normalmente eran dos: Samuel y ella. Pero detectaba una más. En su salón. Perfecto, pensó, para rematar la noche. Tengo un invitado sorpresa. Encendió la luz a pesar de que no le hacía falta y entró. Se quitó los zapatos mientras dejaba el bolso en el recibidor. Se puso las zapatillas de andar por casa. No iba a renunciar a la comodidad por un alma más. “¡Faltaría más!” Pensó. Se movía con parsimonia. En contra de su costumbre, no subió las escaleras hacia su habitación. Se dirigió al salón.
La luz que encendió nada más traspasar el umbral reveló el amplio salón de Helena. Era bastante elegante. Desde donde ella estaba se podía ver un amplio ventanal que daba al jardín de la mansión. Anclado a la pared blanca un mueble bar. Unos sofás color crema rodeando una pequeña mesa de cristal en el centro de la sala. En su superficie se hallaban los mandos de la televisión de plasma de Helena, que estaba disimulada en la pared. En uno de estos sofás, dando la espalda al ventanal se hallaba sentado un hombre.
Helena lo miró antes de entrar. Un hombre rubio, de cabello muy fino. Ojos casi transparentes que también la estaban contemplando. Vestía un traje caro, negro, con unos zapatos a juego. Portaba un maletín parecido al de Helena, lo había dejado encima de la mesa. Intento entrar en su mente, pero sintió un pinchazo. Ese “Hombre” no era humano.
- ¿Desea algo de beber?- Preguntó Helena dirigiéndose al mueble bar,
- Nunca bebo cuando estoy en el Mundo Humano.- Tenía una voz grave, con un acento que Helena no pudo identificar.- Sus bebidas no son del agrado de mi especie. No sé demasiado sobre las costumbres de los Vampiros. ¿Ustedes beben?
- El alcohol no nos afecta. Pero es agradable sentir como baja por la garganta.
Se sentó enfrente de él. El hombre esperó unos minutos antes de comenzar a hablar.
- Son… Interesantes estos cuerpos humanos.- Comentó.- Frágiles a la vez que fuertes. El suyo es natural, pero el mío en cambio es una imitación. Un contenedor. No se imagina lo que me ha costado meterme en él.
- ¿Puede ir al grano?- Interrumpió Helena.- Llevo mucho sin dormir y hoy es mi primera noche libre en toda la semana. Además, un imbécil me ha atacado antes de venir.
- Es posible que hayan intentado acabar con usted como medida preventiva. Pero…¿Necesita dormir?
- Una vieja costumbre.
- Que curioso… En fin, quería contratar a “La Sombra de la Mariposa
- Eso ya lo suponía. Dudo que en El Otro Mundo les interese mucho la moda humana. Sin embargo, mi secretaría debió decirle que tengo un piso en Madrid capital para esto.  No tenía porque acudir a mi residencia privada.
- No se preocupe, esta dirección es confidencial. Por si quiere saberlo, no contactamos con nadie de su organización. Decidimos hablar con usted directamente. Sin intermediarios. Bien, representó a un alto mandatario del gobierno. Un… digamos delincuente se ha fugado del Tartaro. Si se desata en La Tierra… Sería una masacre.
- ¿Cómo se ha fugado? Tenía entendido que nadie podía escapar del Tartaro.
- Es un Wendigo.
- Más a mi favor, creo que son bastante… Inestables. Por decirlo de ese modo.
- Verá, no sabemos como lo ha hecho. Desapareció de repente. Sin pistas, ni rastro alguno. Creemos que puede tener en La Tierra su guarida. Necesitamos los servicios de su organización.
- ¿Eso es todo? ¿Quieren que cojamos a un wendigo altamente peligroso sin llamar la atención?
- Entonces… ¿Acepta el trabajo?
- Está bien… Limpiaremos su mierda una vez más.
- No ha preguntado por la recompensa.
- ¡Ah! ¿Qué por una vez nos van a pagar?
El hombre sonrió y asintió. Abrió el maletín y extrajo de él un pen drive. La dejo sobre la mesa.
- Está todo en este… objeto.- Dijo mientras se levantaba.- Nos hemos ahorrado todos sus crímenes, eso de ahí es un resumen. Un consejo: Tengan mucho cuidado con él. Creo que la última vez lo atrapó uno de sus agentes, podría ir a por ella. Todavía lo estamos intentando localizar en La Tierra, en cuanto tengamos algo la llamaremos. Bueno, un placer hacer negocios con usted.- Le estrecho la mano.- Que pase una buena noche.
Esperó a que el hombre se fuera. Miró el reloj, quedaba una media hora para que llegara Amanda según sus cálculos.
- ¡Samuel!- Gritó.
Espero unos instantes, un fuerte golpe se escuchó en el piso de arriba, como si se hubiera caído algo. Al cabo de unos minutos un chico entro por la puerta. Helena lo miró, era un joven de veintipocos años. De pelo castaño despeinado, bastante escuálido. Imberbe a pesar de su edad. Tenía unas marcadas ojeras debajo de sus ojos castaños. Nariz chata, pómulos algo marcados debido a su delgadez. Solo llevaba un pijama azul.
- Tres minutos.- Comentó Helena mirando su reloj.- Vas mejorando tu marca.
- ¿Desea algo señorita Martínez?
Helena torció la boca, no acababa de acostumbrarse a que Samuel la llamará de usted.
- Coge el pen- drive y examínalo. Cuando acabes ponlo en el proyector. Llama a Rose y dile que venga.- Le miró unos instantes como pensando algo.- Péinate.- Ordenó.- Vístete ¡Por dios Samuel estate presentable! ¿A qué esperas? ¡Muévete!
- Sí señorita Martínez.- Dijo mientras salía corriendo.
- ¿Y cómo planeas hacerlo dejando el pen aquí?
- Cierto.
Samuel regresó, algo ruborizado. Cogió el pen-drive de la mesa y salió corriendo.
- ¡Y tráeme una bolsa de sangre!
Helena sacudió la cabeza. “Este chico me acabará matando” pensó.
Puso la televisión, pero apenas diez minutos más tarde Samuel regresó. Ya se había vestido y peinado. Llevaba un chaleco gris encima de una camisa blanca que Helena reconoció como la que se había puesto ese día. También unos vaqueros. Aunque estaba algo desarreglado. Venía cargado, traía dos bolsas de sangre y una tablet, Helena se quejó nada más verle:
- Te dije una, no dos. ¿No sabes contar o simplemente eres tonto?
- Apenas comes. Tienes que comer algo más.
Depositó las bolsas en su regazo. Entonces Helena se fijó en el móvil que tenía el chico apoyado entre el hombro y la oreja.
- Ya casi se han transferido los archivos.- Dijo Samuel.- Pero tardaré un rato en traducirlos.
- ¿Y Rose?
- Comunica.- Samuel se volvía a ir.
- Contacta con ella como sea. La quiero aquí ya.
- Voy.- Respondió el chico ya lejos.
- ¡Y vístete bien! ¡Cámbiate la camisa!- Gritó Helena, y luego murmuró.- Cualquiera diría que trabaja en una revista de moda.
Bajó la vista hacia las bolsas. Suspiró, el estómago le rugía. Se llevó la primera a la boca.
Apenas había terminado la segunda bolsa cuando oyó el sonido de un portal abriéndose en su jardín. La luz rojiza entro por la ventana. Entonces se oyó una explosión y un fogonazo de luz iluminó la habitación. Unos gritos de mujeres resonaron afuera, uno de cólera y otro de sorpresa. Después algo parecido a un chapoteo, luego unos instantes de silencio seguidos de un grito agudo de terror.
Entonces una chica atravesó la pared y chocó contra el sofá tirándolo. Cayó sobre la mesa de cristal rompiéndola en mil pedazos. La chica se retorció en el suelo y luego se levantó a duras penas. No parecía más mayor que Helena. El pelo rojo, largo y rizado le caía por la espalda como leguas de fuego. Vestía una chaqueta de cuero con unos pantalones ajustados negros. Calzaba unos tacones rojos. Helena no le veía la cara desde su posición pero supo que era Rose. Rose se sacudió las ropas para limpiarlas.
Otra mujer entró por el agujero, pero está salto limpiamente lo que quedaba de muro. El pelo corto castaño le caía mojado sobre los ojos rojos de ira. Su boca semiabierta en una mueca de enfado dejaba ver sus colmillos. Su vestido negro goteaba lentamente. Iba descalza. Parecía furiosa.
- Le tenía estima a esa pared.- Comentó Helena tranquilamente.- Espero que podáis explicarme porque me habéis destrozado el salón.
- ¡Ha sido Amanda!- Chilló Rose enseguida.- ¡Es una bestia!
- ¿Qué te tengo dicho sobre trasportarte encima de mí?- Preguntó Amanda. Su voz tenía un matiz peligroso.- ¡Odio mojarme sin motivo!
Dicho esto Amanda se llevo una mano al pelo y empezó a sacudírselo para quitarse el agua. Lo hizo a supervelocidad para eliminar cualquier resto de líquido. Gotitas volaban de su cabeza esparciéndose por toda la sala. Helena chasqueo la boca en señal de desaprobación.
- ¿Por qué siempre me lanzas a mí?- Se quejó Rose.- ¡Te voy a transformar en rana!
- ¡Atrévete y fregare el piso con tus entrañas!- Respondió Amanda.
- ¡Ya basta!- Helena elevó la voz.- Aquí lo importante no es quién cayó encima de quién o quién lanzó a quien. Lo que importa es… ¿¡Quién va a limpiar todo esto!? ¿¡Que hago yo con la pared rota!? ¿¡Sabéis lo que cuestan estos sofás de importación!? ¿¡Y la mesita de cristal!? Son joyas irremplazables y…
Un grito interrumpió la perorata de Helena. Samuel estaba en la puerta con cara de horror. Parecía a punto de desmayarse.
- O…Oí ruidos y gritos.- Balbuceó.- E… El salón. La pared…
- Hola Sammy.- Saludaron Amanda y Rose al unísono.
- Samuel ya que estás aquí limpia todo esto.- Ordenó Helena.
Samuel se puso muy pálido. Suspiró y, poniéndole ojos de corderito a Rose, dijo:
- Voy a por la escoba.
- Está bien.- Gruño Rose.- ¡Ya va! ¡Ya va!
Amanda corrió a ponerse al lado de Helena. Rose se giró hacia el agujero. Abrió los brazos y pronunció unas palabras. Sus ojos violetas relampaguearon. Con una luz morada, los ladrillos y los pedazos de cristal volvieron a su sitio. Cuando acabo, el salón parecía nuevo.
- Ya está.- Dijo cruzándose de brazos.- Mis hechizos de reparación lo dejan todo perfecto.
- Para un hechizo que te sale bien.- La picó Amanda sonriendo.
- Pues no te quejas cuando reparo lo que destruyes cuando te enfadas, o cuando estás aburrida, que suele ser… todo.
Amanda se encogió de hombros mientras ladeaba la cabeza.
- Oye Helena.- Dijo.- ¿Me vas a decir por qué me has hecho venir o no?
- Samuel.- Dijo Helena girándose.- ¿Has acabado ya con el pen?
- Esto… Yo…
- ¿¡Y a qué esperas!? No tengo toda la noche.
- Tardaré treinta minutos.
Samuel volvió a salir corriendo.
- En fin.- Suspiró Amanda.- Creo recordar que tengo ropa aquí. ¿Puedo ir a ducharme?
- Creo recordar que tienes habitación aquí por algo.
- Yo pensé que era porque te quedaste sin ideas para habitaciones.
- Aparte de eso.
- ¡Genial!- Dijo Rose.- Yo también subiré a mi habitación. Apesto a vodka barato.
- Si no bebieras con tus amigos raros no apestarías.- Dijo Amanda subiendo.
- Yo al menos tengo amigos.- Replico Rose subiendo detrás.
Helena no oyó el resto de la conversación, apagada entre la distancia y el eco de las pisadas. 

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