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nos minutos pasaban de
la medianoche cuando la puerta del ascensor se abrió con un leve pitido, el
cuál resonó como amplificado en el aparcamiento vacío. Una mujer alta salió de
su interior. Y no cualquier mujer, se trataba de Helena Martínez. Helena
Martínez, solamente nombrarla hacia temblar a cualquiera de su empresa y a
bastantes personas fuera de ella. Y no sin motivo, Helena era una de las
mujeres más poderosas de España y de más peso en el panorama internacional. Era
la directora de una de las populares y eminentes revistas de moda. Su éxito era
tal que “Mariposa Carmesí”, era
traducida a más idiomas de los que podrías reconocer y a países que ni siquiera
sabrías que existían. En resumen, nadie en el mundo de la moda hacía nada sin
que Helena lo supiera.
Helena era esbelta y de formas refinadas. Su
pelo negro y liso que le caía sobre los hombros contrastaba con la palidez de
su rostro. Sus finas facciones parecían esculpidas en mármol. Sus ojos,
pequeños y de un tono indescriptible de azul claros como el hielo, contrastaban
con la juventud de su rostro. No parecía tener más de veinticinco años pero
mirarla durante largo tiempo a los ojos era comparable a hundirse en un
profundo mar. Reflejaban conocimientos y experiencias mayores a lo que cabría
suponer en una persona de su edad. De hecho, Helena era muy inteligente y
versada en negocios entre otras cosas. En su currículum estaban alrededor de
tres carreras universitarias y unos cinco idiomas.
Salió
del ascensor con el entrecejo fruncido, como era su costumbre. En realidad
solía dar tanto miedo que nadie se cruzaba en su camino. Echó una ojeada al
aparcamiento, el cual estaba desierto. Ya solo quedaba su coche. Hoy había
traído su Lamborghini Aventator rojo, que destacaba reluciente bajo la fría luz
de las lámparas luminiscentes. Sus tacones resonaron mientras recorría el
pasillo de peatones hacia su deportivo. Era curiosa su forma de caminar,
decidida y elegante, como si el mundo fuera suyo y grácil como una pluma.
Aquel
día vestía una blusa blanca, cubierta por una chaqueta negra parecida a la de
los trajes. Además, llevaba una falda de tubo también negra con el corte justo
por encima de la rodilla. Completaba su atuendo, impecable como siempre, con
unos zapatos de tacón negro. Sujetaba en la mano derecha un maletín plateado y
un bolso de piel sintética de cocodrilo.
Maldijo
mentalmente a Samuel, su ayudante personal. Él era el encargado de llevarla a
casa o a cualquier sitio que a ella se le antojara.
>>Este
chico es de lo que no hay, se dijo, mira que dormirse en medio del papeleo. Sin
embargo, por una vez no es culpa suya. Qué raro. Aunque no puedo negarle que
llevamos trabajando a marchas forzadas por culpa del desfile de moda. Es normal
que finalmente haya caído. Pero me sorprende que no me haya enviado a nadie.
Cada día es más descuidado. Sin embargo, sonrió, por fin he dejado todo
preparado para cubrir el acontecimiento. Hoy por fin podré dormir mis doce
horitas necesarias para mantenerme. <<
Eran
tales sus pensamientos que no vio como una sombra salía detrás de la columna
que acababa de pasar. Tampoco pareció darse cuenta de que comenzaba a seguirla.
Parecía un hombre grande, de alrededor de 1’80 m. de estatura. Un pasamontañas
negro le cubría la cabeza. Por lo demás vestía completamente del mismo color.
Parecía armado. “Un armario empotrado” Como lo hubiera definido si se hubiera
girado. A pesar de su tamaño, no hacía ningún ruido mientras la acechaba a
distancia.
Helena
se paró en la puerta de su coche. Se inclinó para dejar el maletín en el suelo
y abrió su bolso. Comenzó a rebuscar en él, buscando las llaves de su coche. El
hombre se acercó hasta situarse a sus espaldas mientras extraía un cuchillo de
su manga izquierda. La hoja refulgía con un brillo letal mientras lo alzaba
para asestar el golpe mortal.
En
ese momento Helena se giró golpeándole con el bolso en la cara. El sonido de
las cosas cayendo al suelo resonó como mil tintineos de campanitas mientras se
fundía con la exclamación de sorpresa y dolor del hombre.
-
Más te vale que
mi bolso este bien.- Dijo depositando el objeto en el suelo.
Un
gruñido fue la única respuesta que obtuvo. Con un rápido movimiento, tanto que
resulto sobrenatural, le arrebató el cuchillo y lo inmovilizó contra el suelo.
Era increíble ver como Helena, una mujer frágil a simple vista, sujetaba con
facilidad a un hombre el doble de grande que ella contra el duro asfalto. Los
ojos de la mujer se habían teñido de rojo.
-
¿Quién eres?
¿Para quién trabajas? – Preguntó, en su boca se entrevieron unos afilados
colmillos.
-
Vete a la
mierda.- Escupió.
Aún
sujeto contra el suelo, se convulsiono unos instantes y después se quedo
completamente quieto. Había muerto. Helena se levantó. El iris de sus ojos
había vuelto a su tono azul normal. Metió la mano en su bolsillo derecho de su
chaqueta y sacó el móvil. Marcó un número y espero unos segundos mientras
comunicaba:
-
Un idiota ha
intentado matarme.- Dijo.- ¡Claro que estoy bien idiota! ¿Él? Esta muerto por
supuesto. Pero no he sido yo. Envía a alguien para limpiar esto. ¡Ah! Y dile a Little Black Cat que me llame. Sí. Ya sé
que esta de misión. Sí. Ya sé que odia que la interrumpan cuando está ocupada.
¡Tú llámala!
Sacudió
la cabeza mientras colgaba. Después metió la mano en el bolsillo izquierdo.
Extrajo de él las llaves de su coche.
-
¡Oh! ¡Mira son
mis llaves! Aunque a ti ya no te importa… No claro, por supuesto que no.
Con
agilidad saltó por encima del cadáver y se metió en su coche. Dejó el móvil en
su soporte. Sonó al instante. La voz de Little
Black Cat la saludó. Parecía algo irritada.
-
¿Qué te pasa
ahora? Estoy en medio de una misión. ¿Acaso no te informaron?
************************************************
Muy
lejos de allí, en un sucio y asqueroso sótano, se llevaba a cabo una partida de
cartas. Aunque, esto era solo lo que veía. Había seis hombres alrededor de la
mesa llena de fichas. Sus caras eran conocidas para cualquier persona que
tuviera un ordenador, televisión o hubiera visto un periódico reciente. Se
habían fugado de una prisión cercana, todos ladrones con algún asesinato en su
cuenta. Los noticieros no se cansaban de poner su foto entre sus páginas o en
las pantallas para alertar a la población. Ahora estaban planeando como salir
del país para que la policía les perdiera la pista. Parecía ser que tenían un
contacto para cruzar la frontera, estaban esperando a que viniera con los
pasaportes falsos.
El
que parecía el jefe era un hombretón gigante, de estatura cercana a los dos
metros. Una gran cicatriz le cruzaba la cara. Él era el más peligroso de todos,
un asesino en serie al que no le temblaban las manos al apretar el gatillo o
cuando sujetaba un cuchillo.
En
su regazo había una jovencita de no más de 25 años. Se la habían encontrado en
un sucio bar del pueblo y la habían traído con ellos. No destacaba entre las
demás chicas. Rubia y de ojos azules, de piel blanca como la leche. Solo
llevaba un corto y escotado vestido negro. No parecía importarle que los
hombres que la rodeaban fueran asesinos. Reía y aplaudía cada vez que el hombre
en el cuál se sentaba ganaba una mano.
Sin
embargo, la realidad era muy diferente. No había nadie en el regazo del hombre.
La mujer estaba sentada en un taburete apoyada en la pared. Tenía las manos encima
de su bolso, apoyado en sus piernas cruzadas. Su rostro, por lo habitual
tranquilo e inexpresivo, estaba ahora contraído en una mueca de asco absoluto
mientras contemplaba la escena. Por su expresión, cualquiera hubiera dicho que
observaba una bola de babosas en medio del vertedero. Ella, obviamente, no era
percibida por los hombres. De hecho, no veían ni el taburete. Llevaba
controlando sus mentes desde que se conocieron. Ellos solo veían una ilusión
creada por ella. Debido a su condición, aquello era bastante fácil para ella.
Ahora se estaba entreteniendo explorando sus mentes en busca de algo
interesante. Información útil para ella, la empresa a la que representaba o
para los hombres que la habían contratado. Pero lo que averiguaba, solo la
repugnaba más e incrementaban sus ganas de descuartizarlos.
Unos
pitidos la hicieron dar un respingo. Por un momento, estuvo a punto de deshacer
la ilusión. Abrió el pequeño bolso y de él extrajo el móvil prepago que le
había proporcionado “La Sombra de la
Mariposa” para la misión. Era un mensaje: Llama a Mariposa Carmesí. Gruñó. ¿Qué querrá la jefa ahora?, se
dijo, sabe que odio que me interrumpan. Marcó el número proporcionado:
- ¿Qué
te pasa ahora? Estoy en medio de una misión. ¿Acaso no te informaron?
- Han intentado matarme. Me metí en su mente antes
de que se muriera. Pero no me dio tiempo a sacar nada.
- ¿Te lo cargaste?
- Una pastilla de cianuro según el laboratorio.
- Que mal… ¿Han podido averiguar algo más?
- Que no es humano… Completamente.
- Comprendo. ¿Un ser del Otro Mundo entonces?
- Sí.
La
mujer rubia calló durante unos instantes antes de preguntar:
- ¿Qué quieres que haga? No me has llamado para comentármelo.
¿Me equivoco?
- No. Vuelve a España lo más rápido que puedas. Temo
que un ser del Otro Mundo haya entrado aquí. ¿Has notado algo raro en tu
misión?
- No, aparte de lo estúpidos que son estos tipos.
Sin embargo, aunque abra un portal, tardaré alrededor de dos horas en volver. Y
eso si salgo ahora.
- Amanda.- Helena odiaba que la contrariaran.- Ven
ya. Es una orden.
- Sí jefa. Acabo con esto y salgo.
- ¡No! Sal ah…
Amanda
colgó el teléfono sin dejarla acabar. Sabía que eso enfurecería a Helena, pero
no le importaba. Ella era casi dos mil años más antigua que Helena. Suspiró y
miro al techo lleno de manchas de humedad y telarañas un minuto antes de
levantarse. Con un rápido movimiento, se colocó junto a la puerta. Hizo que la Amanda de la ilusión se levantara y con
una sonrisa tonta pintada en la cara se dirigiera hacia ella. Dejo que se
acercara hasta que ambas mujeres se superpusieron y se fundieron hasta formar
una sola mujer y romper la ilusión. Subió las escaleras y salió al exterior.
Una
ráfaga de gélido viento la recibió acompañada de unos copos grandes de nieve. Un
ser humano corriente apenas hubiera podido vislumbrar el edificio de enfrente,
solo iluminadas las calles como estaban bajo la tenue luz de la Luna. Amanda en
cambio, podía ver con claridad. El mundo que ella veía de noche era el mismo
pero con un tono grisáceo. Como estuviera en el interior de una película
antigua. Aunque a ella no le importaba, adoraba ese mundo. Ahora se encontraba
muy al norte. A pesar de que había dejado de sentir frío hacía mucho tiempo,
lamentó no haber cogido una chaqueta. Aunque fuera para guardar las
apariencias. Una mujer en minivestido negro sí que destacaba. Sentía un vacío
en el estómago. Llevaba sin comer tres días, lo que había tardado en
encontrarles y el gasto de energía empleado en registrarles la mente se notaba.
Sacudió la cabeza como para alejar el hambre. “Ya beberé algo de sangre en Madrid” Pensó.
Apenas
había dado un par de pasos bajo la fría luz de la luna llena preguntándose
donde estaría su contacto para atrapar a los hombres cuando oyó una voz a sus
espaldas.
-
Hey preciosa. ¿A dónde crees que vas?
Amanda
sonrió. Era el tipo de la cicatriz.
-
Salía a tomar un poco el aire. El ambiente dentro estaba… cargado. Pero aquí
hace algo de frío.- Rió.
-
Sí.- El hombre se acercó a ella. Apenas unos centímetros los separaban. Amanda
contuvo a duras penas la expresión de asco al olerle el aliento a alcohol
barato y a tabaco.- ¿Qué te parece si vamos tú y yo detrás del edificio y… nos
calentamos un poco?
Amanda
contuvo las nauseas que le daban simplemente el hecho de imaginar a ese hombre
tocándola y exclamó sin perder la sonrisa:
-
¡Genial!
Comenzaron
a rodear el edificio. A Amanda el mero contacto de la mano del hombre en su
cintura la quemaba. No le hacía falta leerle la mente para saber sus deseos,
sin embargo, lo hizo, por precaución. Su propia experiencia personal le había
hecho ser precavida. Le pareció increíble que no notara su odio hacia él.
Llegaron
al callejón, cuyo fin no se veía. Al menos por el hombre, Amanda podía ver con
claridad las paredes que lo rodeaban y el grupo de diez hombres que estaban
escondidos esperándola. Su sonrisa se hizo más ancha. Había encontrado a su
contacto. Y se había traído a la policía con él. Poco le duró. El hombre la
empujó contra la pared, aprisionándola entre su cuerpo y el muro.
-
E… Esto tengo un poco de hambre.- Fue lo único que se le ocurrió decir.
-
Tranquila, yo tengo algo aquí para que comas.
“¿Y esto les parece sexy a los hombres?” Pensó.
El hombre abrió la boca mientras se inclinaba hacía ella. Amanda no contuvo el
horror que le causaba que ese hombre la besara. Entonces una voz se oyó en la
oscuridad:
-
¡Alto! ¡Policía!
El
hombre de la cicatriz se separó al instante. “Tan finos como siempre” Fue lo único que acertó a pensar mientras
el criminal la sujetaba delante suya y apoyaba un cuchillo en su garganta.
-
¡Atrás!- Gritó.- ¡Atrás o me la cargo!
Amanda
bufó. Los gritos alertarían al resto de la banda. Lo mejor sería acabar con eso
cuanto antes. Además, se había cansado de aquel juego.
-
Oye inútil.- Le espetó. El hombre la miró estupefacto.- Ahora mismo tienes dos
opciones: La primera, suéltame y pasa el resto de tu miserable y penosa vida en
un agujero húmedo y oscuro que en el que tu apestoso hedor pasará desapercibido
o la segunda, resístete y ten una muerte horrible. No por ellos.- Señalo con la
cabeza hacia la oscuridad enfrente de ellos.- Sino por mí.
-
¿¡Pero qué!? – Gritó el hombre.
Si
hubiera podido ver a través de las lentillas de color habría visto como los
ojos de Amanda, realmente castaños, ahora eran escarlatas. Ahora estaba
realmente enfadada.
-
Oye imbécil, no tengo ni ganas ni humor para tus tonterías. Llevo tres días sin
comer y me vuelvo un poco irritable si tengo hambre. Así que entrégate para que
me pueda ir a comer algo.
-
Mira zorrita voy a huir de aquí y te voy a llevar conmigo. Y acabaré contigo.
Pero antes, me divertiré conti…
Calló
de repente, al mirar a Amanda. La mujer sonreía. Por primera vez desde que se
conocían no era una sonrisa fingida. Su boca entreabierta dejaba ver unos
colmillos blancos y brillantes como la plata a la luz de la luna. Demasiado
desarrollados y afilados como para pertenecer a un ser humano.
Esa
fue la última imagen que vio antes de que la vampiro le quitara con facilidad el
brazo de encima y se pusiera a su espalda. Abrió la boca y clavó los colmillos
en su cuello. El horrible ruido de succión que emitía mientras le chupaba la
sangre apenas duró un minuto antes de que Amanda se levantara. El cuerpo, ya
seco cayó a la nieve mientras Amanda se limpiaba la boca con el dorso de la
mano. El cadáver solo presentaba dos pequeños agujeros en la yugular.
Se
irguió justo para ver como unos hombres armados se acercaban a ella lentamente,
parecían asustados. Un hombre con traje salió del grupo.
-
¿Little Black Cat supongo ?-
Preguntó.
-
Solo Black Cat.- Dijo. Y leyéndole la
mente respondió a la pregunta que iba a efectuarte.- El resto del grupo está en el sótano. Daos
prisa o escaparán.
-
Gracias.- Dijo sorprendido.- Ahora iremos a por ellos. Su trabajo ha sido
impecable. Ya nos habían informado que era usted una profesional. Pero no nos
habían informado que era usted una…
-
Vampiresa. Y tranquilo, no recordarán nada de mí.
Con
estas palabras se despidió de ellos mientras entraba en sus mentes y les
borraba la memoria. Salió del callejón dejando a unos muy desconcertados
policías. Al bajar por la calle oyó a lo lejos disparos y gritos provenientes
del sótano. Tiró la peluca y las lentillas en un contenedor cualquiera. Se
metió por otra callejuela oscura. Solo había un gato negro encima de un cubo de
basura. Amanda lo acarició, el animal ronroneó como si la conociera de siempre.
La
vampiresa alzó el brazo, desnudo salvo por una gran pulsera negra que se
iluminó con unas runas rojas dibujadas en ella. Justo enfrente de ella, el aire
pareció condensarse y, finalmente, romperse. Se abrió, como un ojo, un círculo
granate. Emitía una luz rojiza.
-
Gato.- Se giró hacia el animal.- ¿Vienes o no?
Con un maullido se levantó y cruzó el
portal. Amanda lo siguió.
* * * * * * *
* * * * * * * * * * * *
Helena aparcó delante de su casa. Estaba
visiblemente enfadada. Lo suficiente para no aparcar en el garaje. Pero no lo
suficiente como para precipitarse en sus actos. No cerró el coche con un
portazo porque no quería romperlo.
>>Estúpida Amanda, se decía, mira que atreverse a colgarme… ¡A mí! Debería
despedirla. De hecho debería haberla despedido hará años por sus constantes
faltas de respeto hacia mi persona. Lo único que la salva es que es de las
pocas personas que trabajan de verdad en esta empresa. Pero le voy a echar una
buena bronca en cuanto la vea…>>
Abrió la puerta y se quedo parada un instante en el
porche. Había notado la presencia de un alma más en la casa. Normalmente eran
dos: Samuel y ella. Pero detectaba una más. En su salón. Perfecto, pensó, para
rematar la noche. Tengo un invitado sorpresa. Encendió la luz a pesar de que no
le hacía falta y entró. Se quitó los zapatos mientras dejaba el bolso en el
recibidor. Se puso las zapatillas de andar por casa. No iba a renunciar a la
comodidad por un alma más. “¡Faltaría
más!” Pensó. Se movía con parsimonia. En contra de su costumbre, no subió
las escaleras hacia su habitación. Se dirigió al salón.
La luz que encendió nada más traspasar el umbral
reveló el amplio salón de Helena. Era bastante elegante. Desde donde ella
estaba se podía ver un amplio ventanal que daba al jardín de la mansión.
Anclado a la pared blanca un mueble bar. Unos sofás color crema rodeando una
pequeña mesa de cristal en el centro de la sala. En su superficie se hallaban
los mandos de la televisión de plasma de Helena, que estaba disimulada en la
pared. En uno de estos sofás, dando la espalda al ventanal se hallaba sentado
un hombre.
Helena lo miró antes de entrar. Un hombre rubio, de
cabello muy fino. Ojos casi transparentes que también la estaban contemplando.
Vestía un traje caro, negro, con unos zapatos a juego. Portaba un maletín
parecido al de Helena, lo había dejado encima de la mesa. Intento entrar en su
mente, pero sintió un pinchazo. Ese “Hombre” no era humano.
- ¿Desea algo de beber?- Preguntó Helena
dirigiéndose al mueble bar,
- Nunca bebo cuando estoy en el Mundo Humano.- Tenía
una voz grave, con un acento que Helena no pudo identificar.- Sus bebidas no
son del agrado de mi especie. No sé demasiado sobre las costumbres de los
Vampiros. ¿Ustedes beben?
- El alcohol no nos afecta. Pero es agradable sentir
como baja por la garganta.
Se sentó enfrente de él. El hombre esperó unos
minutos antes de comenzar a hablar.
- Son… Interesantes estos cuerpos humanos.-
Comentó.- Frágiles a la vez que fuertes. El suyo es natural, pero el mío en
cambio es una imitación. Un contenedor. No se imagina lo que me ha costado
meterme en él.
- ¿Puede ir al grano?- Interrumpió Helena.- Llevo
mucho sin dormir y hoy es mi primera noche libre en toda la semana. Además, un
imbécil me ha atacado antes de venir.
- Es posible que hayan intentado acabar con usted
como medida preventiva. Pero…¿Necesita dormir?
- Una vieja costumbre.
- Que curioso… En fin, quería contratar a “La Sombra de la Mariposa”
- Eso ya lo suponía. Dudo que en El Otro Mundo les
interese mucho la moda humana. Sin embargo, mi secretaría debió decirle que
tengo un piso en Madrid capital para esto.
No tenía porque acudir a mi residencia privada.
- No se preocupe, esta dirección es confidencial.
Por si quiere saberlo, no contactamos con nadie de su organización. Decidimos
hablar con usted directamente. Sin intermediarios. Bien, representó a un alto
mandatario del gobierno. Un… digamos delincuente se ha fugado del Tartaro. Si
se desata en La Tierra… Sería una masacre.
- ¿Cómo se ha fugado? Tenía entendido que nadie
podía escapar del Tartaro.
- Es un Wendigo.
- Más a mi favor, creo que son bastante… Inestables.
Por decirlo de ese modo.
- Verá, no sabemos como lo ha hecho. Desapareció de
repente. Sin pistas, ni rastro alguno. Creemos que puede tener en La Tierra su
guarida. Necesitamos los servicios de su organización.
- ¿Eso es todo? ¿Quieren que cojamos a un wendigo
altamente peligroso sin llamar la atención?
- Entonces… ¿Acepta el trabajo?
- Está bien… Limpiaremos su mierda una vez más.
- No ha preguntado por la recompensa.
- ¡Ah! ¿Qué por una vez nos van a pagar?
El hombre sonrió y asintió. Abrió el maletín y
extrajo de él un pen drive. La dejo sobre la mesa.
- Está todo en este… objeto.- Dijo mientras se
levantaba.- Nos hemos ahorrado todos sus crímenes, eso de ahí es un resumen. Un
consejo: Tengan mucho cuidado con él. Creo que la última vez lo atrapó uno de
sus agentes, podría ir a por ella. Todavía lo estamos intentando localizar en
La Tierra, en cuanto tengamos algo la llamaremos. Bueno, un placer hacer negocios
con usted.- Le estrecho la mano.- Que pase una buena noche.
Esperó a que el hombre se fuera. Miró el reloj,
quedaba una media hora para que llegara Amanda según sus cálculos.
- ¡Samuel!- Gritó.
Espero unos instantes, un fuerte golpe se escuchó en
el piso de arriba, como si se hubiera caído algo. Al cabo de unos minutos un
chico entro por la puerta. Helena lo miró, era un joven de veintipocos años. De
pelo castaño despeinado, bastante escuálido. Imberbe a pesar de su edad. Tenía
unas marcadas ojeras debajo de sus ojos castaños. Nariz chata, pómulos algo
marcados debido a su delgadez. Solo llevaba un pijama azul.
- Tres minutos.- Comentó Helena mirando su reloj.-
Vas mejorando tu marca.
- ¿Desea algo señorita Martínez?
Helena torció la boca, no acababa de acostumbrarse a
que Samuel la llamará de usted.
- Coge el pen- drive y examínalo. Cuando acabes
ponlo en el proyector. Llama a Rose y dile que venga.- Le miró unos instantes
como pensando algo.- Péinate.- Ordenó.- Vístete ¡Por dios Samuel estate presentable!
¿A qué esperas? ¡Muévete!
- Sí señorita Martínez.- Dijo mientras salía
corriendo.
- ¿Y cómo planeas hacerlo dejando el pen aquí?
- Cierto.
Samuel regresó, algo ruborizado. Cogió el pen-drive
de la mesa y salió corriendo.
- ¡Y tráeme una bolsa de sangre!
Helena sacudió la cabeza. “Este chico me acabará matando” pensó.
Puso la televisión, pero apenas diez minutos más
tarde Samuel regresó. Ya se había vestido y peinado. Llevaba un chaleco gris
encima de una camisa blanca que Helena reconoció como la que se había puesto
ese día. También unos vaqueros. Aunque estaba algo desarreglado. Venía cargado,
traía dos bolsas de sangre y una tablet, Helena se quejó nada más verle:
- Te dije una, no dos. ¿No sabes contar o
simplemente eres tonto?
- Apenas comes. Tienes que comer algo más.
Depositó las bolsas en su regazo. Entonces Helena se
fijó en el móvil que tenía el chico apoyado entre el hombro y la oreja.
- Ya casi se han transferido los archivos.- Dijo
Samuel.- Pero tardaré un rato en traducirlos.
- ¿Y Rose?
- Comunica.- Samuel se volvía a ir.
- Contacta con ella como sea. La quiero aquí ya.
- Voy.- Respondió el chico ya lejos.
- ¡Y vístete bien! ¡Cámbiate la camisa!- Gritó
Helena, y luego murmuró.- Cualquiera diría que trabaja en una revista de moda.
Bajó la vista hacia las bolsas. Suspiró, el estómago
le rugía. Se llevó la primera a la boca.
Apenas había terminado la segunda bolsa cuando oyó
el sonido de un portal abriéndose en su jardín. La luz rojiza entro por la
ventana. Entonces se oyó una explosión y un fogonazo de luz iluminó la
habitación. Unos gritos de mujeres resonaron afuera, uno de cólera y otro de
sorpresa. Después algo parecido a un chapoteo, luego unos instantes de silencio
seguidos de un grito agudo de terror.
Entonces una chica atravesó la pared y chocó contra
el sofá tirándolo. Cayó sobre la mesa de cristal rompiéndola en mil pedazos. La
chica se retorció en el suelo y luego se levantó a duras penas. No parecía más
mayor que Helena. El pelo rojo, largo y rizado le caía por la espalda como
leguas de fuego. Vestía una chaqueta de cuero con unos pantalones ajustados
negros. Calzaba unos tacones rojos. Helena no le veía la cara desde su posición
pero supo que era Rose. Rose se sacudió las ropas para limpiarlas.
Otra mujer entró por el agujero, pero está salto
limpiamente lo que quedaba de muro. El pelo corto castaño le caía mojado sobre
los ojos rojos de ira. Su boca semiabierta en una mueca de enfado dejaba ver
sus colmillos. Su vestido negro goteaba lentamente. Iba descalza. Parecía
furiosa.
- Le tenía estima a esa pared.- Comentó Helena
tranquilamente.- Espero que podáis explicarme porque me habéis destrozado el
salón.
- ¡Ha sido Amanda!- Chilló Rose enseguida.- ¡Es una
bestia!
- ¿Qué te tengo dicho sobre trasportarte encima de
mí?- Preguntó Amanda. Su voz tenía un matiz peligroso.- ¡Odio mojarme sin
motivo!
Dicho esto Amanda se llevo una mano al pelo y empezó
a sacudírselo para quitarse el agua. Lo hizo a supervelocidad para eliminar
cualquier resto de líquido. Gotitas volaban de su cabeza esparciéndose por toda
la sala. Helena chasqueo la boca en señal de desaprobación.
- ¿Por qué siempre me lanzas a mí?- Se quejó Rose.-
¡Te voy a transformar en rana!
- ¡Atrévete y fregare el piso con tus entrañas!-
Respondió Amanda.
- ¡Ya basta!- Helena elevó la voz.- Aquí lo
importante no es quién cayó encima de quién o quién lanzó a quien. Lo que
importa es… ¿¡Quién va a limpiar todo esto!? ¿¡Que hago yo con la pared rota!?
¿¡Sabéis lo que cuestan estos sofás de importación!? ¿¡Y la mesita de cristal!?
Son joyas irremplazables y…
Un grito interrumpió la perorata de Helena. Samuel
estaba en la puerta con cara de horror. Parecía a punto de desmayarse.
- O…Oí ruidos y gritos.- Balbuceó.- E… El salón. La
pared…
- Hola Sammy.- Saludaron Amanda y Rose al unísono.
- Samuel ya que estás aquí limpia todo esto.- Ordenó
Helena.
Samuel se puso muy pálido. Suspiró y, poniéndole
ojos de corderito a Rose, dijo:
- Voy a por la escoba.
- Está bien.- Gruño Rose.- ¡Ya va! ¡Ya va!
Amanda corrió a ponerse al lado de Helena. Rose se
giró hacia el agujero. Abrió los brazos y pronunció unas palabras. Sus ojos violetas
relampaguearon. Con una luz morada, los ladrillos y los pedazos de cristal
volvieron a su sitio. Cuando acabo, el salón parecía nuevo.
- Ya está.- Dijo cruzándose de brazos.- Mis hechizos
de reparación lo dejan todo perfecto.
- Para un hechizo que te sale bien.- La picó Amanda
sonriendo.
- Pues no te quejas cuando reparo lo que destruyes
cuando te enfadas, o cuando estás aburrida, que suele ser… todo.
Amanda se encogió de hombros mientras ladeaba la
cabeza.
- Oye Helena.- Dijo.- ¿Me vas a decir por qué me has
hecho venir o no?
- Samuel.- Dijo Helena girándose.- ¿Has acabado ya
con el pen?
- Esto… Yo…
- ¿¡Y a qué esperas!? No tengo toda la noche.
- Tardaré treinta minutos.
Samuel volvió a salir corriendo.
- En fin.- Suspiró Amanda.- Creo recordar que tengo
ropa aquí. ¿Puedo ir a ducharme?
- Creo recordar que tienes habitación aquí por algo.
- Yo pensé que era porque te quedaste sin ideas para
habitaciones.
- Aparte de eso.
- ¡Genial!- Dijo Rose.- Yo también subiré a mi
habitación. Apesto a vodka barato.
- Si no bebieras con tus amigos raros no
apestarías.- Dijo Amanda subiendo.
- Yo al menos tengo amigos.- Replico Rose subiendo
detrás.
Helena no oyó el resto de la conversación, apagada
entre la distancia y el eco de las pisadas.
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