domingo, 20 de diciembre de 2015

Ellendor 11 (Obsidiana)


     El sol comenzaba a declinar inundando todo a través de los huecos entre nubes con una cálida luz naranja. Se reflejaba en la nieve depositada en los jardines de la academia como un lecho de joyas relucientes. Un pequeño gato negro correteaba jugando por la nieve. Se paró unos instantes frente a la puerta del gran edificio principal, dudando si entrar, finalmente se dio la vuelta y se fue. En el interior, atravesando los amplios pasillos de piedra y subiendo interminables escaleras que crujían hasta ascender un par de plantas, se encontraban las  aulas, a esas horas ya vacías.

 
     Sin embargo, había un aula que no estaba completamente desocupada. Las mesas estaban pegadas a la pared, con las sillas encima, dejando un amplio espacio en el centro. Solo la mesa del profesor, con su silla, seguía en su sitio. Una chica de piel morena se sentaba en la silla. Tenía los pies sobre la mesa, sus impecables botas de cuero negro sobre la superficie de madera. Echó la cabeza hacia atrás y gimió. Después levantó la cabeza y miró con desdén a la niña que se hallaba sentada en el suelo. El pelo corto y revuelto le caía sobre la frente. Una gota de sudor se deslizaba sobre ella. Tenía las manos abiertas, a la altura del pecho, ahuecadas y con los dedos separados como sujetando una pelota. Se había quitado las capas de ropa que llevaba y se hallaban ahora pulcramente dobladas a su lado. Kimi se esforzaba por crear una bola de fuego, pero lo máximo que conseguía era calentar el aire entre sus manos. Ni siquiera una breve chispa como las que había visto salir disparadas de la chimenea en el comedor. Su frustración aumentaba por momentos a la vez que disminuía la escasa concentración que conservaba. Alysa no ayudaba en absoluto gruñendo y golpeando la mesa con sus botas. De repente, gruño más fuerte, bajo los pies de la mesa y se echó sobre el escritorio. Miró a Kimi con el entrecejo fruncido y dijo:

    - Por las joyas de la reina Darkshadow. ¿Por qué eres tan inútil? No puedes ni ejercer un simple control sobre el fuego.

   Al oír estas palabras, a Kimi le dieron ganas de demostrarle el gran control que tenía sobre la Oscuridad, pero se contuvo. Solo el Comandante la llamaba inútil, lo repetía al menos una vez siempre que la veía. Se limitó a mirar a Alysa, que continuaba hablando:

    -... Quiero decir, magia no te falta desde luego. La puedo sentir fluyendo en ti.- Una sensación inquietante invadió a Kimi, se preguntó durante un instante si Alysa podría descubrir su secreto pero lo desechó al segundo, lo habría notado de ser el caso.- Pero al llegar a tus manos no se transforma en fuego. No te hace caso. Es como si el Dios Pireck no reconociera tu juramento al fuego.- Al acabar de pronunciar estas palabras calló unos instantes antes de ponerse en pie bruscamente, su cara denotaba incredulidad.- ¿Por qué has hecho el juramento? ¿Verdad?
    - ¿Ju...juramento?
    - ¡Por los seis dioses y sus elementos! Ahí radica el problema. ¡No has hecho el juramento al dios!

   Alysa respiró profundamente una vez y continuó hablando, más calmada.

    - Está bien, aquí acaba nuestra clase de hoy. Ve a la Catedral Púrpura y consagra tu alma al fuego. De todas formas no podremos hacer nada si el Dios Rojo no te reconoce.

   Kimi asintió y se levantó. Se comenzó a vestir, hacía frío fuera, al ponerse la túnica morada por encima del jersey negro un papel se deslizó y cayó al suelo. Se agachó a recogerlo rápidamente con la esperanza de que Alysa no lo hubiera visto pero era tarde.

    - ¿Qué es eso?- Preguntó la chica.
    - Una mensaje...creo.
    - ¿Crees?
    - Todavía no lo he leído.
    - ¿Y a que esperas? Hazlo. ¿Quién te lo envía?

     Kimi dudó unos segundos pero decidió contárselo.

    - Unos aprendices de caballero, me lo dio un niño pequeño antes de comer.

    Alysa silbó y se acercó.

    - Ahora si que tienes mi atención, venga ábrelo.

    La chica se encogió de hombros introdujo un dedo por la comisura del sobre y lo abrió, extrajo un arrugado papel con unas palabras garabateadas en él. Lo leyó con dificultad pues, aunque ahora tenía cierta soltura leyendo todavía le costaba. De reojo, vio a Alysa impacientarse y supo que iba a tener que leerlo en voz alta. Tomó aire y leyó:

    - "Tenemos el cuaderno de tu amiguita. Lo quemaremos esta noche, si quieres evitarlo acude al pie de la colina del gran cerezo a medianoche. Si no vienes sola lo destruiremos."

     Alysa le arrebató la carta con una mano y la leyó rápidamente. Suspiró.

    - Vaya, tu primera amenaza y no viene de mí. No sé si sentirme ofendida. En fin, habrá que hacer algo.
    La chica alta se dirigía hacia la puerta, Kimi intentó detenerla.

    - ¡No! Monroe, no pasa nada, iré sola. Sé cuidarme.
    - No me preocupo por ti. Es una oportunidad genial para humillar a los aprendices y que no vuelvan a molestar. Déjame pensar algo, tú vete a hacer tu juramento mientras tanto, cuando vuelvas supongo que ya tendré todo listo.
    - Pero...

    Sin embargo Alysa ya había cruzado por la puerta. Kimi gruño e intento seguirla, pero ya había desaparecido escalera abajo.

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     Kimi echó la cabeza hacia atrás mientras se cubría los ojos. Mirarla fijamente hacía daño a la vista por como relucía bajo la luz. Parecía un faro violeta. Incluso la nieve depositada en ella parecía teñida de púrpura. No podía ver hasta donde alcanzaban los pináculos más elevados pero supuso que era altísima. Calculo que solo quedaba una hora para que anocheciera. Debía darse prisa. Entro subiendo las grandes escaleras de piedra blanca. Aunque a ella no le hacía falta espero unos minutos para que pareciera que su vista se acostumbraba a la oscuridad. Entre tanto observó el lugar.

    Era una sola y gigantesca habitación oscura en la que se reunía una ingente cantidad de gente: Acólitos, sacerdotes, sacerdotisas, magos y gente común. La mayor parte de la sala estaba ocupada por bancos de caoba para rezar los cuales estaban en su mayoría ocupados. Había, al fondo de la sala un altar del mismo material que las paredes amatistas tras el cuál se hallaban seis huecos en los cuales había cinco estatuas. Kimi reconoció a los Dioses Elementales y sintió una punzada de desazón al no encontrar a Xyxla, la Diosa Oscura. Como tampoco estaba el símbolo de la oscuridad en el rosetón situado encima de las estatuas. En las paredes restantes se hallaban detalladas vidrieras que añadían cierto color al lugar y contaban la historia de la Creación. Del techo colgaban candelas y cestillas que contenían incienso cuyo penetrante olor invadía el ambiente. Había dos puertas a ambos lados del altar, en una ponía Tierra en runas arcanas y en la otra no ponía nada. Kimi supuso que llevarían a las habitaciones de los acólitos. Los sacerdotes dormían en la la sala de su elemento. La diferencia entre acólito y sacerdote residía en que los acólitos no estaban iniciados y no poseían elemento. Por ello los sacerdotes vestían del color de su elemento mientras que los acólitos iban de gris. Estaba preguntándose donde estaría la sala de la Oscuridad cuando oyó una voz a su lado:

    - ¿Estás perdida pequeña?

     Kimi se giró para ver a un sacerdote vestido de verde. Era alto y robusto. Tenía la piel morena, aunque no tanto como la de Alysa, era más bien un color bronceado. Llevaba el pelo castaño suelto y le caía en rizos enmarañados sobre el rostro. Al instante Kimi se fijo en sus ojos opacos. Era ciego. Solo había conocido a una persona ciega en su vida. Durante los diez minutos que transcurrieron antes de que acabara con su vida le había parecido que su ceguera no le invalidaba en absoluto. Más bien, a ella le costo más distinguir averiguar cuales serían sus pensamientos, pues las ventanas a su alma estaban cerradas. Aquel hombre le inspiraba el mismo sentimiento de desconcierto. Pero aquel parecía afable e invitaba a confiar en él. Kimi movió su pálida mano frente a sus ojos mientras preguntaba:

   - Es usted... ¿ciego?
   - Sí. Y deja de mover tu mano delante de mi nariz.

   Kimi se quedo helada. El hombre sonrió y explicó:

   - Es lo que hacéis todos los niños para comprobarlo.
   - ¿Cómo ha sabido que soy una niña? ¿Y cómo se ha acercado a mí?
   - Por tu aura. Perdí mi vista hace años, pero gane el don de percibir el aura mágica de las personas con mayor claridad. Puedo saber cual es la edad y el sexo de una persona solo mirando su aura. También puedo ver su elemento. El aura y el alma son casi lo mismo ¿Sabías?

    Kimi asintió lentamente mientras meditaba. Era obvio que ese hombre ya sabía cuál era su elemento, no parecía que fuera a delatarla, pero en su breve paso por el mundo exterior ya había averiguado que todos le temían a la oscuridad. Lo miró con un breve ápice de tristeza en el fondo de sus ojos verdes, realmente lamentaba tener que matarle, parecía un hombre interesante. Aparte rompería su promesa con Erika, pero no podía permitirse correr riesgos.

    - Matar no suele ser la solución.- Dijo de repente el sacerdote.- Soy bastante conocido aquí, la gente investigaría mi muerte. No tardarían en relacionarte. ¿Y acaso no es tu deseo quedarte aquí? Pero tranquila, tu secreto esta a salvo conmigo. Mi vida esta en juego al fin y al cabo.- Rió ante la estupefacción de Kimi y luego bajó la voz.- ¿Has venido en busca de la sala Oscura?
    - Debo prestar juramento al Dios del Fuego, pero antes debo renovar mis votos a la Diosa.
    - Veo que sabes como funciona esto. Muy bien pequeña. Te mostraré donde está, sígueme.

    El hombre comenzó a andar con una seguridad inusual en gente de su condición dado que no llevaba nada que le ayudara. Kimi le siguió con algo de recelo. Atravesaron la puerta de "Tierra". El interior de la siguiente sala, que por cierto tenía un tamaño descomunal, parecía increíble. Parecía el interior de un bosque inundado por una leve luz violeta. Destacaba un gran árbol justo en el centro. Se alzaba hasta el techo, enorme y verde. Era el árbol más grande que la chica había visto en su vida, su tronco era tan grande que se necesitarían alrededor de cien personas para rodearlo por completo. Había distintas plantas creciendo a su alrededor, pero ninguna de la envergadura del árbol. El suelo, estaba tapizado por suave hierba tan uniforme como una moqueta verde. Olía a tierra mojada y a flores silvestres. Los sacerdotes se paseaban entre la foresta haciendo diferentes tareas y hablando con los magos. Apenas distinguibles por sus ropajes. A los pies del árbol, entre las raíces, había una gran estatua de piedra. Representaba a los Dioses de la Tierra, su lado masculino y su lado femenino. Entre ambos sostenían un martillo.

   Entonces se dio cuenta de que el sacerdote se había alejado de ella. Correteo detrás suya hasta llegar a su nivel. Rodearon el árbol y llegaron al otro extremo de la sala. La pared apenas se veía a través de una enredadera. El sacerdote se paró a examinarla y tanteó un poco hasta encontrar una apertura apenas perceptible. La cruzó e indicó a Kimi que pasara a través. Daba a una pequeña sala sobria que solo tenía dos puertas. Una normal, de madera, con un cristal circular. Pero la otra era de ébano, con un la palabra "Oscuridad" grabada en runas arcanas de obsidiana.

    - Puedes ver la puerta. ¿Verdad?
    - Sí. Usted...

    Antes de acabar la frase se dio cuenta de lo tonta que era su pregunta. "Claro que no puede verla. Es ciego" Se dijo. Pero el hombre no se enfadó, al contrario, sonrió y explicó:

    - Solo podéis verla los magos oscuros. Supongo que cuando se prohibió vuestro elemento, los magos oscuros no provocaban temor, más bien al contrario, probablemente tendrían amigos y, al estar apegados a su comunidad les protegieron y conservaron su sala de oraciones. Nunca he entrado, supongo que hace falta tener conexión con la Oscuridad para abrir la puerta. Bueno, te esperaré aquí, estaría mal que un sacerdote de la tierra profanara terreno oscuro. Entra sin miedo, lo único que te puede atacar es el polvo.
 
    Kimi se acercó a la puerta, pero quería saber a donde conducía la otra. El sacerdote pareció adivinar de nuevo sus pensamiento y comentó:

    - La otra puerta lleva al cementerio. Curiosa coincidencia ¿No?
    - Los magos de la Oscuridad somos los guardianes de la muerte. No es raro que nos ocupemos del cementerio, en cierto modo, es nuestro deber.

    Sonrió con tristeza, había visto demasiada muerte en su vida. Se dirigió hacia la puerta y apenas hubo rozado su superficie se abrió, como si llevara una eternidad esperando a la joven maga. Sin demora, entró.

    Unas escaleras descendían en las profundidades de la tierra. Kimi torció el gesto, no le gustaba estar bajo tierra. Las escaleras giraban y supuso que se encontraba bajo la catedral. Enseguida se dio cuenta de que  no estaba iluminada. Tampoco le importaba, no necesitaba luz para ver. Ventajas de ser mago de la Oscuridad.

    La sala estaba atestada de libros y objetos mágicos. Estaban amontonados por el suelo, pocos estaban en las estanterías ordenados. Parecía que los habían dejado allí bruscamente, en un intento desesperado de salvar cuantos pudieran. Le sorprendió que no tuvieran polvo, todo estaba impoluto, como si el tiempo no hubiera pasado. Se agachó y cogió el primer tomo de lo que parecía una serie de libros. Enseguida sintió la magia a través de las páginas, un hechizo protegía todo aquello frente a cualquier daño. Leyó el título: "Iniciación a la magia oscura". Cogió varios más. "Introducción a la Oscuridad" "Hechizos simples para aprendices de mago oscuro". Con una sorprendente clarividencia, se dio cuenta de que allí residía todo lo que buscaba. Sintió que en alguno de esos libros estaba el hechizo que buscaba, un hechizo definitivo Oscuro con el poder suficiente para derrotar al Comandante.

    Sacudió la cabeza, debía mantener la calma. Ahora no podía detenerse a leer todo aquello, pero se prometió que volvería en cuanto pudiera. Avanzó con cuidado de no pisar nada importante y llegó ante las estatuas de los Dioses Oscuros. Si los dioses de la Tierra eran representados con un martillo, estos sujetaban una guadaña. Se puso de rodillas ante ellos. No solía rezar, todos los magos Oscuros sabían que Xyxla, su diosa, no respondía a las plegarias.

    - Bueno.- Comenzó.- Xyxla, no...No te solemos pedir nada... Pero, ahora estamos siendo perseguidos, no podemos mostrar nuestros poderes. Yo... Necesito prestar juramento a otro Dios. Solicito tu permiso para realizar mi demanda.

    Era una plegaria un tanto exigua. por no decir cutre, pero realmente no acostumbraba a rezar. Pero, como todos, sabía que los dioses no eran una simple leyenda. Sentía a Xyxla cada vez que usaba su magia. Esperó unos instantes ante la estatua, aguardando una respuesta. Una mota negra cayó desde la punta de la guadaña y aterrizó entre las palmas volteadas hacia arriba de Kimi. La prueba de que había sido escuchada.

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   En contra de lo que esperaba, el sacerdote no realizó ninguna pregunta sobre el interior de la sala de la Oscuridad mientras volvían a atravesar la sala de la Tierra y subían unas escaleras en espiral en dirección a la sala del Fuego. Las escaleras también estaban hechas de Amatista, como la gran mayoría de las cosas allí. De camino, vio una puerta azul con la inscripción de "Agua" escrita. Estaba cerrada, por lo que no pudo ver su interior, pero se escapaba un potente aroma a mar, como si en su interior hubiera un océano. La verdad es que después de ver un árbol dentro de una iglesia y un depósito de libros prohibidos se esperaba cualquier cosa. Apenas acababan de pasar a su lado y volver a subir cuando  la temperatura comenzó a ascender y el aire comenzó a secarse. A Kimi le comenzaron a picar los ojos. El orden de las salas era, desde abajo a arriba, Oscuridad, Tierra, Agua, Fuego, Aire y Luz. "Lógico" Pensó Kimi "Que la luz y la oscuridad estén lo más separadas posibles". El sacerdote volvió a iniciar la conversación cuando ya se acercaban a su destino:

    - Tu alma es curiosa. ¿Sabías?

   Kimi miró con curiosidad al hombre, que caminaba como si no hubiera dicho nada.

    - Curiosa... ¿En qué sentido? -Preguntó.- ¿A qué se refiere?
    - Es difícil de explicar. Es mucho más pequeña de lo normal ¿No tienes problemas al hacer magia?

    La chica negó lentamente, intentó recordar si le habían hecho algo, pero un agudo dolor le atravesó la cabeza, se sintió como si le hubieran clavado un pincho. Iba a preguntar algo más pero ya habían llegado a la puerta del Fuego. Era negra con vetas rojas que se juntaban formando la palabra "Fuego". Cuando Kimi la tocó para abrirla, abrió los ojos de sorpresa. Era tibia.

    - Está hecha de una piedra especial.- Explicó el sacerdote.- Es obtenida de los volcanes. Las vetas rojas se forman por la lava, que es piedra fundida. Se mantiene caliente por un conjuro.

    El interior de la sala era muy parecido al interior de un volcán. Una bocanada de aire caliente golpeó a la joven antes de entrar en el ambiente sofocante. Olía a carbón y a azufre mezclado con un profundo olor a quemado. El suelo era de piedra volcánica por la que corrían ríos de lava fundida que bajaban de un altar enorme situado en el centro de la sala. En el había una hoguera gigantesca que era atendida por los sacerdotes y sacerdotisas y cuyo crepitar era lo único que se oía allí. El aire estaba impregnado de chispas y tiznas que se desprendían de las flamas. Delante de la lumbre y justo enfrente de la escalinata que ascendía al altar estaban las estatuas de los Dioses del Fuego. Estos sujetaban una espada.

    No perdieron más tiempo y se dirigieron directamente hacia el altar. A Kimi le hubiera gustado ver las demás salas pero no disponía de tiempo suficiente. Al cabo de apenas cinco pasos en el interior de aquel horno deseó quitarse el abrigo, la túnica morada y el jersey negro. Hacía demasiado calor en aquel lugar. Le costó más de lo que esperaba subir las escaleras, se sentía torpe y levemente deshidratada. El sudor hacia que se le pegara el pelo a la cara, se lo retiró y miró al hombre que la acompañaba. Parecía que no le importaba el calor, al igual que a las demás personas que se encontraban y a las que saludaba amablemente.

    Finalmente llegaron a los pies de la estatua y Kimi se inclinó para pronunciar su juramento. Simplemente lo recitó como le habían enseñado el de la Oscuridad sustituyendo a Xyxla por Pireck, todo en arcano. Mientras lo hacía, una sensación parecida a una ola ardiente la inundó. El Dios Rojo la había escuchado. Se preguntó si ese Dios escucharía las plegarias de los mortales.

    Miró su reloj mientras bajaban, por fin habían abandonado aquella caldera, solo quedaban treinta minutos para la cena. Recordó a Alysa, se había llevado su nota, probablemente querría hacer algo estúpido bajo el pretexto de ayudarla. Kimi estaba segura que ella sola podría recuperar el cuaderno. No quería meter a los demás en esto.

    En su estado de ensimismamiento (Y hambre) tardó unos segundos en darse cuenta de que ya habían vuelto a la sala principal y el sacerdote estaba despidiéndose.

    - Bueno, es hora de separarnos. Ahora que lo pienso no te he dicho mi nombre, Arquimino. Es un nombre poco común por lo que no te costará encontrarme. No hace falta que te presentes, comprendo tu necesidad de mantener tu anonimato. Recuerda que puedes volver a la sala Oscura siempre que quieras, utiliza la puerta del cementerio o la de la Tierra, solo ten cuidado de que no te vean.
     - Acostumbro a ser precavida.
     - La prudencia es una virtud pequeña.

    Después de estás palabras Kimi tuvo que irse, pero decidió volver en cuanto pudiera a investigar los libros. Tuvo que correr, no sin dificultad, a través de la nieve para llegar a tiempo a la cena. Su estómago ya no permitía retrasos en cuanto a la comida. Había pasado carencias demasiado tiempo.

   Alysa la esperaba en la misma mesa en la que habían comido. Estaba todo el grupo reunido, despertaron a Liam en cuanto vieron llegar a Kimi. La chica se sentó como si todo aquello no fuera con ella, pero Alysa se inclinó sonriente. Con esa sonrisa lobuna que pretendía ser intimidatoria. Tenía una especie de mapa esquemático extendido sobre la mesa en el que empezó a explicar su plan:

    - Primero, Darkshadow irá hasta el punto de encuentro. Por cierto Darkshadow. ¿Qué tal se te da hacer de carnada?
    - ¿Carnada?

    Preguntó Kimi, no le gustaba como sonaba esa palabra.

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